Una parte de la derecha se ha ido por el camino fácil de exacerbar las demandas ciudadanas que despiertan emociones fuertes. La preocupación por canalizar legítimos reclamos ciudadanos de un modo que pueda ser resuelto por el sistema político está quedando fuera de las consideraciones principales de un sector gravitante en nuestra vida pública.
Causa desolación la exigencia a la ministra Tohá de que expulse antes de fin de año al conjunto de los migrantes ilegales del país o se procederá a su acusación constitucional. Nadie desconoce que no hay modo de respetar la ley y sacar del país, a todo evento, a 12 mil personas en 40 días. Hasta el menos imaginativo puede sospechar lo que hay que hacer de tomarse en serio este desatino.
No hace mucho la derecha estaba en el poder, por entonces fue muy exhibicionista en el trato dado a los migrantes ilegales. La expulsión de personas desde el aeropuerto, donde llegaban irreconocibles e indiferenciados con uniformes blancos, es de lo más innoble de la administración Piñera.
Con todo y show mediático incluido, la migración ilegal fue creciendo. Lo que se pide hoy es que, de aquí a poco más de lo que dura la campaña por el plebiscito, Tohá consiga lo que la derecha estuvo lejos de cumplir y que incluye el reparar un incumplimiento de la ley que viene desde su administración.
Cuando se realiza un ultimátum a sabiendas de que se pone una condición imposible de cumplir se está actuando con deshonestidad. No se está pidiendo lo que expresamente se pide. Se busca tener una excusa para mantener un protagonismo parlamentario que de otro modo no se tendría en esta etapa.
Es un comportamiento en el que predominan las consideraciones de campaña por sobre las consecuencias que de allí se puedan derivar. Es casi como si se estimara que esta conducta se puede asumir gratis, sin que nada malo se pueda seguir de ello, algo lejos de ser verdad.
Lo que ha marcado el deterioro de nuestra convivencia democrática es que siempre se considera llegado el momento de obtener ventajas inmediatas y se posterga la oportunidad en que se empezará a actuar con responsabilidad. La idea de que nuestras propias palabras nos den alcance y se nos exija de vuelta lo mismo que exigimos a otros está ausente. Sin embargo, si esto produce réplicas en escalada el resultado sería catastrófico.
Se parte de la base que se puede pedir un imposible sin que a nadie le importe o que no exista quién se dé cuenta. Muestra que se tiene un pobre concepto de los electores y que se estima que ellos se seguirán tragando lo que se les diga, aunque se les suministre los contenidos más insólitos.
La oposición en el Parlamento no se está comportando como una alternativa de poder, sino que parece querer justificar por qué lo tuvo que abandonar.
La política responsable puede promover metas colectivas extremadamente difíciles de alcanzar, pero nunca imposibles. Aspira a obtener respaldo mayoritario explicando cómo se propone conseguirlo, concentrando esfuerzos y recursos en un objetivo prioritario, pero nunca le pide a otro lo que no puede lograr. Separar el decir del hacer es la primera regla de la demagogia.