Especial 18-O

El 18-O: De la esperanza a la traición

Mario López M. Periodista

Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Licenciado en Derecho

18 de octubre a Cinco años
El 18/O; de la esperanza a la traición
No eran las demandas de un sector de la sociedad, no, eran demandas de justicia, equidad, igualdad, eran esperanzas que cruzaban la sociedad civil. Toda.

El 18-O: De la esperanza a la traición, así lo sentimos muchos, cientos de miles, millones que marchamos a lo largo del país.

Lo hicimos con demandas anheladas por décadas en nuestro país

No eran las demandas de un sector de la sociedad, no, eran demandas de justicia, equidad, igualdad, eran esperanzas que cruzaban la sociedad civil. Toda.

Daba lo mismo si eras de izquierda, centro o derecha o si eras simplemente un chileno más, aburrido de aferrarse al lado estrecho del embudo social.

No existieron discursos centrales, todo era alegría de saber que no estábamos solos en nuestros sueños de un país mejor. Niños, mujeres, jóvenes y viejos cantábamos, no había odio.

O eso creíamos

No pasó mucho tiempo hasta que aparecieron quienes decían representarnos desde una primera línea que nadie les pidió.

Nos defendían, solían decir, mientras quemaban, saqueaban y destruían nuestras esperanzas.

Daba lo mismo a quienes atacaban, prensa, manifestantes, policías, comercio.

Todos ellos éramos sus enemigos

Al frente, otra manga de energúmenos se abalanzó contra la primitiva protesta legítima. La excusa era reprimir a los violentos, con tanta o más violencia que aquellos.

Las autoridades de la época, miraban incrédulas algunas, ajenas otras lo que estaba sucediendo. Inédito, sin dudas, violento cada día más.

Entre los primeros, se encontraban los que “no la vieron venir” o los que aseguraban sueltos de cuerpo, “chiquillos, esto no prendió”.

¡Vino y prendió! Y de qué forma.

Los ajenos eran encabezados por el propio Sebastián Piñera, que fungía de Presidente, en aquel entonces. Una pizza familiar en medio del caos era su prioridad.

Sacar a los militares a la calle era la solución fácil, pondrían orden con la sola presencia, aseguraba.

Cuando el caos era incontrolable y seguía creciendo, vino ¡la guerra!

Piñera declaró que “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”.

Cuál guerra

El entonces jefe de Plaza y hoy comandante en jefe del Ejército, le respondió: «yo soy un hombre feliz, la verdad es que no estoy en guerra con nadie».

Piñera envió de vuelta a los militares a los cuarteles y entregó el control a la fuerza pública, sin más control que el que ella misma quisiera imponerse. En muchas oportunidades, no lo hubo.

Muertos, mutilados, abusos sexuales en algunas comisarías, policías agredidos por anarquistas y lumpen que cada noche saqueaba, eran la tónica con que despertamos por casi un mes.

Se salvaron solos

La clase política se vio tambalear, y sí tambaleó, como reconocería más tarde el entonces Director de Carabineros Mario Rozas: «La Moneda y el Congreso estuvieron a punto de caer».

El As bajo la manga que reunió desde la UDI hasta a Gabriel Boric, ideó una salida salomónica, que detendría el descalabro y abriría las puertas a un cambio real. Una nueva Constitución.

Pocas pancartas tenían a esa como demanda, pero, en fin, eso era mejor que nada. El 19 de noviembre de 2019 comenzaría el tránsito de la esperanza a la traición.

Doble traición, para ser exactos.

La primera, la fallida Convención Constitucional. La otra, el posterior Consejo Constitucional.

La extrema Izquierda y la Extrema Derecha decidieron unirse en los hechos bajo un solo propósito, traicionar la esperanza del pueblo de Chile.

Ambos extremos creyeron ser dueños de mayorías circunstanciales.

Borrachos de soberbia

Las primeras, llenas de soberbia, de supuesta superioridad moral despotricaron en contra de los 30 años y todo lo que ello representó. Se emborracharon del poder.

Intentaron desmantelarlo todo y crear el país a su manera. El sentido común los hizo aterrizar de emergencia. No volverían, por lo pronto a levantar vuelo.

Derrotados “a manos de su propia gente, dejando un sinfín de interrogantes y errores sin resolver”, como señala Cristóbal Mardones en “Vencedores vencidos”.

La segunda traición, la de la elite

La elección de los nuevos constituyentes reunidos en el Consejo Constitucional, sería la segunda traición a las esperanzas del pueblo.

Ya no desde la ducha o disfrazados de un Pokémon o un reptil, los nuevos “dueños” de la verdad estaban ataviados de indumentaria formal, trajes de estilo y marca, de convicciones identitarias.

No era el anarquismo, era el opus deísmo, era el otro extremo, igualmente emborrachado por una victoria que alegan como suya, pero que las encuestas les desmienten.

Talibanes

María Olivia Mönckeberg ha dicho que “Los principios fundamentalistas del Opus Dei primaron en el texto”. Y es cierto.

El ya olvidado Luis Silva, fue el estandarte de este fundamentalismo que raya en el talibanismo identitario.

Los republicanos, el partido de José Antonio Kast, solo se diferenciaron en la corbata y el moño de La Lista del Pueblo, del “pelao” Rojas Vade y otros.

Ambos extremos dejaron a las esperanzas legítimas de cambios, convertidas en el jamón del sándwich, mordidas por arriba y abajo, sin piedad.

¿Qué hubo de los sueños de entonces? Una esperanza sin optimismo.

Quizás sea la hora que la mayoría que siempre se ha ubicado en el centro del país, se remeza, despierte de este letargo ausente.

Que deje de mirarse al espejo recordando el pasado y que mire que las oportunidades se agotan y los populismos crecen.

Que abandone sus egoístas y pequeñas trincheras de egos y asuma el sentido común. Sea capaz de articular una salida real que permita sumar el criterio común con la esperanza.

El eje en las personas

Una encuesta del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Andrés Bello reveló que casi el 60% de los sondeados cree que los efectos del estallido social del 18 de octubre del 2019 fueron negativos.

Sin mesianismos anacrónicos, es hora de volver a poner el eje en las personas, en las comunidades, las comunas, las regiones, juntas de vecinos, sindicatos, centros de alumnos.

Volver a buscar el bien común, tan antagónico de los bienes identitarios habidos en estos dos procesos. El 18-O marcó y marcará por años nuestra vida social y política.

Y nos marcó para mal.

Pegados con engrudo

En la izquierda, algunos aún sueñan con revertir el fracaso del proceso, sería como una nueva oportunidad de retomar protagonismo.

En la derecha, nunca quisieron los cambios. Sus deseos eran de la boca hacia afuera. Aprobar con amor, decían.

Y el centro, sigue esperando una luz que le ilumine el camino y le muestre cómo llegar a la salida, solo que se les olvidó prender la luz, que está al alcance de la mano.

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