Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, nunca dejó de ser aquel hombre de barrio nacido en el corazón de la capital argentina. Con un estilo directo, una vida austera y una sensibilidad pastoral inquebrantable, revolucionó la Iglesia católica desde sus márgenes, llevando la fe más allá de los templos y acercándola a los más olvidados.
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ORÍGENES HUMILDES Y VOCACIÓN JESUITA
Hijo de inmigrantes italianos, Bergoglio creció en el barrio porteño de Flores, entre mates, sobremesas familiares y la pasión por el fútbol. Desde joven aprendió que la fe se vive entre la gente, no en el púlpito. Esa mirada marcó su vida sacerdotal y más tarde su pontificado.
En lugar de los lujos del Palacio Apostólico, eligió vivir en la Casa Santa Marta. Renunció al boato y abrazó una vida de sencillez, coherente con su convicción de que la Iglesia debía estar al servicio de los más vulnerables.
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— Alerta Mundial (@AlertaMundoNews) April 21, 2025
UN PASTOR QUE ESCUCHABA
En Buenos Aires recorría las “villas” en transporte público, compartiendo el mate y la conversación sincera. Ya como papa, insistió en que la Iglesia debía ser “un hospital de campaña” y no un museo. Nadie debía quedar afuera: ni los pobres, ni los migrantes, ni los marginados por su orientación sexual o condición social.
Ese trato igualitario se reflejó incluso en sus audiencias privadas, como en el caso del director argentino-israelí Yeruham Scharovsky, a quien recibió en el Vaticano por el interés personal que tenía en su historia de vida y su trabajo en el diálogo interreligioso.
PASIÓN FUTBOLERA Y FE POPULAR
Hincha de San Lorenzo, el club fundado por un cura para alejar a los niños de la calle, Francisco veía en el fútbol una expresión del espíritu comunitario y solidario que siempre defendió. Lo vivía como una pasión colectiva, una metáfora de la vida vivida en equipo, con entrega y lealtad.
UNA VOZ QUE INCOMODÓ AL PODER
Desde su elección en 2013, Francisco introdujo una mirada renovadora en la Iglesia. Sin alterar las doctrinas fundamentales, puso énfasis en la misericordia, el perdón y la inclusión. Frases como “¿Quién soy yo para juzgar?” abrieron espacio a nuevas discusiones y sacudieron viejos dogmas.
Su crítica al clericalismo, su impulso a la descentralización del poder eclesial y su cercanía con los sectores marginados le valieron resistencias internas, especialmente desde los sectores más conservadores en Europa y EE.UU.
COMPROMISO CON EL MUNDO Y CON LA TIERRA
Su impacto global trascendió lo religioso. Encíclicas como Laudato Si’ pusieron el cuidado del medioambiente en el centro de la agenda católica. En paralelo, defendió los derechos de los migrantes, intercedió en conflictos y promovió un liderazgo moral más allá de las fronteras del Vaticano.
TENSIÓN CON SU TIERRA NATAL
A pesar de su origen argentino, Francisco no regresó a su país como pontífice. Su ausencia fue objeto de debate: algunos la interpretaron como un gesto de prudencia para no involucrarse en la política local; otros, como una forma de evitar ser instrumentalizado. A lo largo de su papado, fue calificado por distintas voces como “peronista”, “populista” o “comunista”, etiquetas que intentó sortear con silencio y distancia.
ECUMENISMO Y DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
Francisco priorizó el acercamiento entre religiones. Encuentros históricos como el sostenido con el Patriarca Kiril de Moscú en 2016 o sus gestos hacia el mundo musulmán, como su visita a la mezquita Azul de Estambul, mostraron su vocación por el entendimiento global en tiempos de creciente polarización.
EL LEGADO DE UN PAPA CERCANO
Francisco será recordado como un pontífice humano y próximo. Transformó la forma en que el Vaticano se vincula con el mundo y encarnó una Iglesia al servicio de los demás. Su paso por la historia dejó una enseñanza clara: la fe se practica con humildad, escucha y compromiso. Siempre con los pies en la tierra… y el corazón en el barrio.