Opinión

Aunque Trump se vista de papa…

Abraham Santibáñez, Premio Nacional de Periodismo 2015

Periodista titulado en la Universidad de Chile. Elegido presidente del Colegio de Periodistas, el 25 de Julio de 2008. Es miembro del Consejo acreditador de la Sociedad Interamericana de Prensa (CLAEP) con sede en Buenos Aires.Miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua.

Dos modelos de liderazgo se confrontan de manera indirecta. Uno es el de la Iglesia Católica, una monarquía teocrática de larga data, y el otro es el gobernante elegido por el pueblo de Estados Unidos.

Hasta este 2025 no era imaginable un choque de visiones tan categórico. Pero ahora se visibilizaron las profundas diferencias entre uno de los más altos dirigentes espirituales y un poderoso presidente elegido democráticamente.

Los acontecimientos, sin embargo, se han precipitado y en estos días vemos cómo dos modelos de liderazgo se confrontan de manera indirecta. Uno es el de la Iglesia Católica, una monarquía teocrática de larga data, y el otro es el gobernante elegido por el pueblo de Estados Unidos.

Donald Trump, vestido (no disfrazado) como Sumo Pontífice, divulgado por él mismo en sus redes sociales, ejemplifica el trasfondo de lo que ocurre en estos días. Los trascendidos de la elección del sucesor del papa Francisco y las desenfadadas actuaciones del presidente Donald Trump están en los titulares de todo el mundo. Uno, como el Cid, lucha después de muerto, el otro pretende lograr a toda costa lo que no pudo hacer en su primera administración. Por momentos parece como un niño malcriado que -por increíble que parezca- tiene el mayor poder del mundo conquistado mediante el voto popular

Es una paradoja asombrosa: una monarquía milenaria busca imponer su credo de unidad y respeto en una civilización en la cual que imperan la comunicación instantánea y el derecho ilimitado de cada individuo a expresarse libremente; al frente, la democracia más poderosa, encabezada por un político no tradicional, camina sin freno para imponer su concepción absolutista.

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En los primeros cien días parecía que Trump había agotado las sorpresas en su versión de la guerra basada en decisiones personales, apuntando a la recuperación de la economía norteamericana. Pero la puntería va más allá, disparando a múltiples blancos: las universidades, los inmigrantes, legales o no, las películas producidas en el extranjero, el cercenamiento de instituciones federales de todo tipo de ayuda y, curiosamente, intentando la restauración del penal de Alcatraz.

Además, The New York Times reveló que los hijos de Trump, “Donald Jr. y Eric, pasaron las últimas dos semanas viajando por el mundo y anunciando nuevos emprendimientos que involucran miles de millones de dólares, capitalizando el nombre y el poder de su padre”.

La elección presidencial en Estados Unidos fue un proceso abierto y desbordante de informaciones y opiniones.

No ocurre lo mismo, en cambio, en Roma. Esta vez, con 133 cardenales electores, ha emergido una cantidad de impresionante de “papabiles”, lo que hace que, como nunca antes, el resultado sea impredecible. Se han multiplicado los análisis de supuestos expertos, pero es un hecho que, aunque lleven años mirando al Vaticano, no hay manera de que sean capaces de anticipar con seguridad lo que pasará.

A pesar de ello, lo más probable es que el legado del papa Francisco no se frustrará aunque triunfe un “conservador”. Se sabe que la Iglesia Católica evoluciona a paso lento, que los cambios del Concilio Vaticano impulsados por Juan XXIII se han ido implementando lentame3nte. Pero, de avanzar, se avanza.

Lo más revolucionario es la incorporación creciente de las mujeres, aunque nadie prevé la instalación de sacerdotisas. Pero ya los divorciados y las minorías sexuales han ganado reconocimiento. Y, aunque haya retrocesos, al final siempre se ganará terreno.

Como dijo el cardenal Fernando Chomalí, “el futuro Papa debe tener mucha claridad en los grandes cambios culturales que se están produciendo, que tampoco los conocemos mucho. Debe ser alguien abierto a los grandes cambios desde una doctrina muy consolidada».

Es lo que, desde una vereda cercana, definieron a Francisco los luteranos, fue “un constructor de puentes”. Es lo que lo diferenciaba de Donald Trump.

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