EL HEREDERO RECLAMA SU TRONO
Carlos Alcaraz no ganó una final más. Ganó la final. En una batalla generacional de proporciones históricas, el joven español venció a Jannik Sinner en un maratón tenístico que se extendió por cinco horas y 29 minutos —la más larga jamás disputada en Roland Garros— y conquistó por segunda vez el título más codiciado sobre arcilla. Fue por 4-6, 6-7(4), 6-4, 7-6(3) y 7-6(2). Fue heroico. Fue un símbolo de cambio. Fue una respuesta al vacío que dejó Rafael Nadal.
En un París sin el Rey, apareció el Príncipe.
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LA BATALLA DEL PRESENTE
La final del Abierto de Francia no solo definía un título, sino una era. Frente a frente estaban los dos mejores tenistas del planeta: el número uno, Jannik Sinner, y el número dos, Carlos Alcaraz. 23 y 22 años, con talentos desbordantes y la presión de saber que este partido podía marcar un antes y un después en sus carreras. Y no defraudaron.
Desde el primer punto se jugó con intensidad demencial. Sinner impuso el ritmo con golpes limpios, sin dejar espacio a la especulación. El italiano se llevó los dos primeros sets con autoridad, combinando precisión, fuerza y un servicio que parecía inquebrantable. Alcaraz, por su parte, lucía desorientado, frustrado consigo mismo, al borde del colapso emocional.
Y CUANDO TODO PARECÍA PERDIDO…
El tercer set comenzó con señales oscuras para el español. Cedió su servicio de entrada y lanzó una frase que decía mucho: “Los astros están alineados para que Sinner gane”. Pero los partidos de Grand Slam, sobre todo en Roland Garros, no se definen solo con raqueta. Se ganan con cabeza, con corazón y con fe. Y ahí emergió la mejor versión de Carlos.
Alcaraz quebró, volvió a quebrar y se llevó el set. Algo cambió. Ya no era solo un gran jugador tratando de sobrevivir: era un competidor despiadado que olía sangre. En el cuarto set, con Sinner a dos puntos del título, el español levantó tres puntos de partido y forzó un nuevo tiebreak. Lo ganó con autoridad. El estadio rugió. La final era ya una guerra sin tregua.
UN QUINTO SET DE LEYENDA
La última manga fue un ejercicio de resistencia, táctica y agallas. Se intercambiaron golpes ganadores con quiebres cruzados. Alcaraz parecía tomar la delantera, pero Sinner —a pesar del desgaste— volvió a igualar. La tensión era insoportable. Se definió, como debía ser, en un super tiebreak. Y ahí, Carlos mostró de qué está hecho.
Firme, decidido, mentalmente inquebrantable, jugó cada punto como si fuera el último. Ganó 10-2 ese desempate que puso fin a la final más larga en la historia de Roland Garros. Se desplomó en el suelo de Philippe Chatrier con lágrimas de emoción. París, esa ciudad que parecía tener un solo dueño durante dos décadas, encontró a su nuevo soberano.
EL VACÍO QUE SE LLENA
El torneo de 2025 será recordado como el primero sin Rafael Nadal, el hombre que lo ganó 14 veces. Por primera vez en 20 años, el español no dijo presente. Pero Carlos Alcaraz se encargó de demostrar que la raqueta no cayó al suelo. La recogió, la sostuvo y la elevó con orgullo.
Con apenas 21 años, Alcaraz ya suma cinco títulos de Grand Slam. Este Roland Garros es su segundo en la tierra roja. Pero más allá de los números, lo que deja esta final es una certeza: el futuro llegó. Y está en buenas manos.
Carlos Alcaraz no solo venció a Sinner. Venció al destino, al peso de la historia y a sus propios fantasmas. París ya tiene un nuevo mosquetero. No es Nadal, pero habla el mismo idioma: lucha, talento y grandeza. El heredero reclama su trono.