Política

Cancillería responde al embajador de EE.UU. tras criticar a Boric

Mario López M. Periodista

Gloria de la Fuente, subsecretaria de RREE A_UNO_1699965_00482
El verdadero peligro no es un quiebre con Estados Unidos. El riesgo es otro: normalizar que un embajador extranjero opine, critique o condicione la política interna chilena sin consecuencias reales.

Cancillería responde al embajador de EE.UU. tras criticar a Boric e intervenir en problemas internos. Le baja el tono, pero queda claro que el problema sigue siendo el embajador.

La respuesta del Gobierno frente a los dichos del embajador de Estados Unidos en Chile, Brandon Judd, opta por la moderación diplomática. Sin embargo, el fondo del problema persiste intacto: un representante extranjero que vuelve a intervenir en la política interna chilena.

No se trata de una declaración aislada ni de un malentendido protocolar. El pasado 21 de noviembre, el propio Estado de Chile levantó una protesta formal contra Judd por opinar sobre asuntos internos, una línea roja básica en cualquier relación diplomática.

Que el mismo embajador reincida, ahora acusando al Presidente de la República de “cortar la comunicación” con Washington, no es casualidad. Es una conducta reiterada.

Un embajador sin carrera diplomática y con agenda propia

Brandon Judd no es diplomático de carrera. Proviene del ámbito de la seguridad fronteriza y fue jefe de fronteras con México, un perfil más cercano al enforcement que a la diplomacia clásica.

Ese origen explica, en parte, el tono confrontacional y poco cuidadoso de sus declaraciones públicas. También explica por qué insiste en personalizar la política exterior chilena en el Presidente, ignorando deliberadamente el rol institucional de la Cancillería.

En términos simples: no entiende —o no acepta— cómo funciona el Estado chileno. O, está interviniendo en el tema político electoral que vive Chile hoy.

La intromisión no se relativiza con cordialidad

Que la Cancillería insista en que la relación bilateral es “cordial y normal” puede ser correcto en lo formal, pero no despeja el problema de fondo. Las relaciones entre Estados no se sostienen solo en tratados o reuniones, sino también en el respeto mutuo.

Un embajador no emplaza públicamente al Jefe de Estado del país anfitrión. No lo hace en entrevistas regionales. No lo hace acusando “falta de diálogo”. Eso no es diplomacia: es presión política.

Y Chile ya dejó claro, hace menos de un mes, que ese tipo de conductas no son aceptables.

El riesgo de normalizar lo impropio

El verdadero peligro no es un quiebre con Estados Unidos. El riesgo es otro: normalizar que un embajador extranjero opine, critique o condicione la política interna chilena sin consecuencias reales.

En momentos de alta sensibilidad política, con un proceso electoral en curso y definiciones estratégicas en juego, la prudencia no puede confundirse con pasividad.

La política exterior chilena es institucional, sí. Pero la soberanía también se ejerce marcando límites claros, incluso —y sobre todo— con los aliados históricos.

Porque cuando un embajador insiste en cruzar la línea, el problema ya no es el tono del Gobierno.
El problema es el embajador.

Comparte en:

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email