Kast: ¿Rehén de los sectores más radicalizados de su base? La noche del triunfo de José Antonio Kast dejó una imagen doble. Por un lado, un discurso oficial que intentó mostrarse conciliador y republicano. Por otro, una celebración paralela que reveló el rostro más áspero, confrontacional y excluyente de su entorno político y cultural.
Mientras el comando oficial optó por una puesta en escena sobria en Las Condes, en Providencia se desarrolló un acto que desbordó consignas de odio, referencias explícitas a la dictadura y descalificaciones personales y amenazas contra adversarios políticos, periodistas y actores del mundo cultural.
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No se trató de un grupo marginal. La actividad fue organizada por Sebastián “Cuchillo” Eyzaguirre y el diputado Cristián Labbé. Contó con la presencia de figuras relevantes del universo «kastista» como Johannes Kaiser y la senadora electa Camila Flores. Hubo símbolos del pinochetismo, cánticos violentos y una retórica que niega cualquier voluntad de convivencia democrática.
Ese escenario no es anecdótico. Es político.
La pregunta es inevitable: ¿en qué quedó el discurso conciliador del presidente electo? ¿Cómo se compatibiliza ese tono con una celebración donde se grita “se acabaron estos zurdos de mierda”, se entona la estrofa del himno asociada a la dictadura y se amenaza simbólicamente a quienes piensan distinto?
¿Cómo se concilia el alabar a Jeannette Jara por su tesón y, por la otra, tratarla de «la temporera con Iphone”?
Su silencio, habla
El silencio de Kast frente a estos hechos no es neutral. La ausencia de una condena clara deja abierta la sospecha de una ambigüedad peligrosa: decir una cosa desde el podio institucional y permitir otra en la calle, entre los propios.
Chile no eligió un ajuste de cuentas cultural ni una revancha ideológica. Eligió, mayoritariamente, creer las promesas de una panacea -real o no- de corto plazo. Pero ese mandato no autoriza humillaciones, ni la normalización del insulto como forma de hacer política.
Más aún, el propio contexto electoral obliga a una lectura responsable. Kast ganó con legitimidad de origen, pero no con un respaldo homogéneo a su proyecto. Una parte significativa de su votación fue rechazo a la alternativa, no adhesión plena a su ideario. Por eso, la primera prueba de liderazgo no es administrativa ni económica: es moral y política.
El país necesita señales claras
No basta con discursos moderados si, en paralelo, se tolera o celebra una cultura política que revive los peores climas del pasado.
El Presidente electo aún está a tiempo. Puede desmarcarse con claridad, poner límites y demostrar que su gobierno no será rehén de los sectores más radicalizados de su base.
De lo contrario, el mensaje de la noche será más fuerte que cualquier palabra pronunciada desde el escenario oficial. Y ese mensaje, hoy, inquieta a un país que no quiere volver a dividirse en vencedores y humillados.






