El Clásico Universitario número 200 ya es historia: Universidad de Chile venció 1-0 a Universidad Católica con un gol al minuto 96, pero más allá de la euforia azul, el partido dejó lecciones tácticas, un error que marcará a Tomás Astaburuaga y un escenario abierto en la lucha por el título.
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El Clásico Universitario dejó algo más que un festejo azul. El histórico enfrentamiento número 200 entre Universidad de Chile y Universidad Católica, disputado ayer en el Estadio Nacional, tuvo un desarrollo táctico complejo, un ritmo contenido y un final dramático, que definió no solo el marcador, sino también la narrativa de ambos equipos de cara al resto de la temporada.
Por su parte, Universidad Católica optó por replegarse con línea de cinco, reduciendo espacios y priorizando el contragolpe. La estrategia funcionó: aguantaron casi todo el segundo tiempo sin sufrir grandes ocasiones en contra. Sin embargo, un solo error bastó para derrumbarlo todo. Tomás Astaburuaga, hasta ese momento firme, despejó mal dentro del área y dejó servido el rebote que Rodrigo, el «Tucu» Contreras transformó en el gol del triunfo.
El héroe de la noche habló con emoción: “Hace dos años que tengo a mi hijo lejos… Esto es para mi familia, por los que siempre están”. Su historia personal le dio un componente aún más emotivo al triunfo, mientras su rendimiento sigue creciendo tras llegar sin pretemporada.
Ese fallo individual desató la locura en el Nacional y, al mismo tiempo, dejó al defensor cruzado bajo los focos de la crítica. Tiago Nunes, entrenador de la UC, defendió a su dirigido tras el encuentro: “Esto es fútbol, cualquiera puede equivocarse. La derrota no es culpa de uno solo”.
El día después del Clásico Universitario no es solo el análisis de un gol agónico. Es la reflexión sobre cómo un partido tácticamente cerrado se define por un detalle, cómo el peso emocional de un error puede eclipsar 95 minutos de resistencia, y cómo las consecuencias trascienden lo deportivo.
LOS CHUNCHOS EN SU MEJOR MOMENTO
Marcelo Díaz, capitán azul, resumió el sentir del plantel: “Si no se sufre, no es la U”. La entrega del equipo fue total, y el festejo final reflejó la unión y confianza de un grupo que sigue invicto y ahora mira hacia la Copa Libertadores con entusiasmo.
La U escaló hasta el quinto lugar, recortando distancia con los punteros. La UC, pese a la caída, sigue liderando, pero dejó dudas sobre su capacidad de manejar la presión en momentos críticos. Ambos equipos saben que este clásico no solo cuenta en la tabla: marca un quiebre anímico en el torneo. Y ahora, la Universidad de Chile depende de sí misma para ser líder único del campeonato.
“Todos tenemos que mejorar”, dijo Álvarez, consciente de que lo que viene será igual o más exigente. La U mira con confianza el futuro inmediato: el miércoles enfrentará a Estudiantes por Libertadores, con la moral por las nubes y un equipo que, como dijo su técnico, “es solidario y competitivo en cada puesto”.
A fin de cuentas, el Clásico Universitario 200 nos recordó que el fútbol no siempre premia al que resiste mejor, sino al que golpea en el instante justo. Y a veces, ese instante llega en el último suspiro.