El Madrid volvió a fallar. En una final que parecía estar escrita para la épica blanca, el equipo de Ancelotti no logró imponerse al Barcelona, que levantó la Copa del Rey tras un partido lleno de polémica, errores y resignación madridista.
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Lo que empezó como una batalla táctica terminó siendo una dolorosa lección en La Cartuja. En la primera parte, el equipo blanco pareció un conjunto desconocido: replegado, pasivo, incapaz de dar tres pases seguidos y completamente sometido al juego vertical del Barcelona de Hansi Flick.
Ni la actitud, ni la idea de juego, ni las individualidades salvaron al Madrid de un primer tiempo indigno.
La entrada de Mbappé, Modric y Arda Güler en la segunda parte cambió el panorama. Con ellos en el campo, el Madrid encontró espacios, recuperó el balón y, por momentos, estuvo a un suspiro de llevarse la final.
Kylian fue el revulsivo que necesitaba el equipo: rompió líneas, generó peligro y permitió a Tchouaméni soñar con una remontada que no se terminó de consumar.
Pero como tantas veces esta temporada, los detalles condenaron. Un fallo en la defensa, un balón mal interpretado y la implacable puntería del Barça acabaron firmando otra noche amarga. La polémica arbitral volvió a estar presente en el tramo final, aunque esta vez los errores no sirvieron como excusa para un Madrid que, simplemente, volvió a fallar.
El plan de partido, la pasividad inicial y la falta de reacción en momentos clave dejaron en evidencia a un Madrid que no estuvo a la altura. Ni siquiera el heroísmo de un cojo Rüdiger o el alma de Arda pudieron evitar lo inevitable.
La derrota en Copa, sumada a la eliminación en Champions y a un campeonato de Liga que también peligra, dibuja un final de ciclo silencioso en el que ni las estrellas ni los millones han logrado salvar la temporada.
No es solo una copa perdida, es una advertencia clara de que algo debe cambiar si el club quiere volver a ser el de las noches grandes.