Los primeros cien días del segundo mandato de Donald Trump han reconfigurado radicalmente la relación entre el poder político y los medios de comunicación en Estados Unidos. A diferencia de su primer período, esta vez el presidente no solo ha redoblado su ataque contra el periodismo tradicional, sino que ha utilizado el aparato estatal para imponer su propia versión de la realidad.
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Desde el retorno de Trump a la Casa Blanca, la estrategia ha sido clara: reemplazar la confrontación directa con los grandes medios por un modelo basado en el control informativo, la exclusión selectiva y la cooptación de actores influyentes en el ecosistema digital. Para muchos expertos, se trata de un proyecto comunicacional autoritario que busca debilitar las bases democráticas del país.
LA CONSTRUCCIÓN DEL RELATO OFICIAL
La obsesión de Trump por controlar la narrativa no es nueva. En su primer mandato, protagonizó enfrentamientos públicos con periodistas, acusó a la prensa de propagar “noticias falsas” y utilizó la Oficina Oval para instalar su propia versión de los hechos. En esta nueva etapa, sin embargo, su enfoque es más sofisticado: ha convertido la comunicación gubernamental en un engranaje más de su estrategia política.
La nueva sala de prensa de la Casa Blanca ejemplifica este cambio. Rediseñada bajo la dirección de la secretaria de Prensa, Karoline Leavitt, se ha transformado en una caja de resonancia de comunicadores alineados con el gobierno. Medios alternativos, ‘influencers’, podcasters y blogueros reemplazan progresivamente a periodistas acreditados de cadenas históricas como CNN, ABC o Reuters.
Según Leavitt, la medida busca “reflejar los hábitos mediáticos del pueblo estadounidense en 2025”. Sin embargo, para analistas como Steven Buckley, profesor de Medios Digitales en la Universidad de Londres, la apertura favorece únicamente a voces afines al oficialismo, debilitando el pluralismo y promoviendo propaganda.
DEL VETO A LA EXCLUSIÓN
La lógica de inclusión selectiva tuvo su punto de quiebre en febrero, cuando el gobierno vetó a Associated Press por negarse a usar el término “Golfo de Estados Unidos” en lugar de “Golfo de México”. Pocos días después, la Casa Blanca anunció que sería el propio Ejecutivo quien decidiría qué medios podrían hacer preguntas, desplazando de facto a la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca.
La medida fue interpretada por numerosos periodistas como una amenaza directa a la libertad de prensa. “En muchos casos, los nuevos comunicadores hacen preguntas complacientes o directamente elogiosas”, advierte Natalia Cabrera, corresponsal de France 24 en Washington. La autocensura, reconoce, es hoy una herramienta de supervivencia entre los reporteros tradicionales.
ATAQUES SISTEMÁTICOS Y REFORMAS ESTRATÉGICAS
La ofensiva contra los medios no se limita al control del relato interno. Trump ha recortado fondos a medios financiados por el gobierno estadounidense en el exterior —como Radio Martí, Voz de América y Radio Free Europe—, calificándolos de instrumentos de propaganda. También ha amenazado con revisar el financiamiento de NPR y PBS, a los que acusa de haber “perdido relevancia”.
En paralelo, ha emprendido acciones legales contra cadenas como CBS y ABC, acusándolas de difamación y manipulación de contenidos. Según la politóloga Carmen Beatriz Fernández, se trata de una estrategia deliberada para generar caos y concentrar la atención en ciertos temas, mientras otros quedan relegados o silenciados.
“Es un patrón que recuerda a modelos autoritarios como los de Rusia, Turquía o Hungría, donde el periodismo independiente ha sido prácticamente anulado”, advirtió el periodista Michael Bobelian desde el Centro de Ética Periodística de la Universidad de Wisconsin.
ALIANZAS CON LOS GIGANTES TECNOLÓGICOS
El viraje de Trump en materia comunicacional no podría entenderse sin el respaldo de los grandes nombres de la industria tecnológica. Durante su investidura, figuras como Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos ocuparon lugares de honor, marcando el inicio de una colaboración estratégica.
Musk, dueño de X (antes Twitter), ha sido un activo promotor del trumpismo desde su red social, incluso participando en actos de campaña. Zuckerberg, por su parte, eliminó el sistema de verificación de información (“fact checking”) en Facebook e Instagram, reemplazándolo por un sistema de “moderación comunitaria” de eficacia cuestionada.
Bezos, propietario de The Washington Post, también giró hacia el nuevo oficialismo. Retiró el respaldo del diario a Kamala Harris y limitó la publicación de columnas críticas, priorizando contenidos favorables al libre mercado.
Según Fernández, estas alianzas confirman que Trump ha entendido el valor de la infraestructura tecnológica como herramienta de poder narrativo. “Hoy los medios tradicionales son desplazados por plataformas que llegan a audiencias masivas y moldean la conversación pública”, afirma.
¿PERIODISMO BAJO ASEDIO?
A 100 días del segundo mandato de Donald Trump, el panorama mediático estadounidense enfrenta una encrucijada. Lo que comenzó como una guerra contra la “fake news” se ha convertido en una ofensiva organizada contra los pilares del periodismo independiente. Con el respaldo de figuras clave en el mundo digital y una estrategia de control sin precedentes, Trump busca imponer una nueva realidad informativa, una en la que solo su verdad tenga cabida.
Frente a este escenario, la prensa se debate entre resistir, adaptarse o desaparecer. La pregunta ya no es solo cómo informar, sino cómo sobrevivir.
Brutal portada de @TheEconomist: en sus primeros 100 días de gobierno Trump ha vapuleado a su propia nación más que a cualquier otra.
Y aún le quedan 1️⃣3️⃣6️⃣1️⃣ días para seguir creando el caos. pic.twitter.com/bw8yJnogsh
— Suso Ares (@Suso_Ares) April 24, 2025