Internacional

José Mujica, el ‘guerrillero’ que incomodó al poder hasta el final

Por Allan Santander

Periodista

José Mujica
José Mujica en su chacra con su perra, Manuela (Foto: AP)
El expresidente uruguayo falleció a los 89 años. Fue guerrillero, prisionero, mandatario y símbolo global de austeridad. Hasta el último día vivió bajo sus propias reglas.

José “Pepe” Mujica murió este martes en su chacra de Rincón del Cerro, rodeado de campo, perros y silencio. Así eligió vivir y así se despidió. Tenía 89 años y enfrentaba un cáncer de esófago que, en enero, decidió dejar de combatir. “No me voy a someter a más tratamientos”, había anunciado.

Durante los últimos meses, la enfermedad avanzó sin pedir permiso. En abril de 2024, fue él mismo quien reveló su diagnóstico. Enfrentó 32 sesiones de radioterapia, hospitalizaciones por problemas de alimentación y un proceso que desgastó su cuerpo, pero no su espíritu.

DE LA GUERRILLA A LA PRESIDENCIA

Nació en Montevideo, el 20 de mayo de 1935, pero su identidad se forjó entre el campo y las calles de un país desigual. Su padre murió cuando él tenía siete años. Su madre, Lucy Cordano, se hizo cargo de todo, junto a su hermana menor, en una casa humilde del Paso de la Arena.

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En los 60, José Mujica se sumó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Fue parte de la lucha armada contra la dictadura militar. Lo atraparon. Lo torturaron. Pasó 13 años preso, algunos incomunicado, encerrado en condiciones infrahumanas. Cuando recuperó la libertad en 1985, eligió otro camino: la política democrática.

UN PRESIDENTE SIN CORBATA

En 2010, asumió la presidencia de Uruguay por el Frente Amplio. Ya era una figura atípica. Lo seguía siendo con la banda presidencial. Odiaba el protocolo, ignoraba los formalismos y despreciaba los trajes. “¡El protocolo, la liturgia del poder y todas esas estupideces me chupan un huevo!”, decía sin filtro en el libro Una oveja negra al poder.

Gobernó cinco años desde el piso 11 de la Torre Ejecutiva. En el 10 trabajaban los de protocolo, que vivían desesperados. “Los tengo en la Torre abajo de mi escritorio y están al pedo todo el día. No les doy pelota”, reconocía. Se escapaba en su Volkswagen Fusca, sin avisar a seguridad, y se reía: “Los cagué. Los tengo locos”.

Rechazaba que le abrieran la puerta del auto, cocinaba con su esposa en la estancia presidencial Anchorena, y recibía ministros, líderes extranjeros y periodistas en su casa rural. Vivía como pensaba. Esa era su marca.

REVOLUCIONES DESDE EL ESTADO

Durante su mandato, Uruguay legalizó el aborto, el matrimonio igualitario y la marihuana. Aplicó políticas de redistribución con un fuerte componente social. Aunque la inflación lo complicó, su gestión dejó huellas. Donaba casi todo su salario, volaba en clase turista, usaba ropa deportiva y se burlaba de los asesores que le pedían más elegancia. “Los mandaba a cagar”, contaban sus biógrafos.

Su gobierno fue vanguardia, pero él prefería mantenerse al margen de los brillos. Quería que el presidente fuera “un ciudadano más”. En sus palabras: “La forma de vivir parece una pavada pero no lo es. Por ahí también viene el descrédito de los políticos”.

REFERENTE QUE CRUZÓ FRONTERAS

Más allá de Uruguay, Mujica inspiró a la región. Respaldó el proceso de paz en Colombia, recibió a exdetenidos de Guantánamo, a refugiados sirios y tendió puentes con gobiernos diversos. Admiraba a Lula, pero mantenía distancia del chavismo. También aplaudía la miraba de los nuevos referentes de la izquierda en el continente. Nunca fue incondicional. Siempre libre.

En una entrevista con la BBC, dejó una de sus frases más recordadas. “¿Cuándo soy libre? Cuando me escapo de la ley de la necesidad… Si la necesidad me obliga a gastar tiempo para conseguir medios económicos con los que tengo que pagar el consumo que tengo, no soy libre”.

Criticó al capitalismo, al consumismo y a líderes como Donald Trump o Javier Milei, por su negacionismo climático. Defendió el planeta con la misma pasión con la que defendía a los más humildes.

UNA VIDA COHERENTE

Cuando dejó la presidencia en 2015, volvió a su chacra. Nunca abandonó la política ni el debate público, pero eligió el barro antes que los escenarios. Compartió más de 50 años con Lucía Topolansky, exsenadora, compañera de militancia y de vida. La misma con quien cocinaba, discutía y resistía.

Vivió con lo justo, pensó en gigante y actuó con consecuencia. Su legado no se mide solo en leyes, sino en gestos. Mujica no quiso parecerse a los poderosos: se convirtió en símbolo por no parecerse a nadie.

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