A las 10:30 de la mañana de este jueves, en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, el tiempo pareció detenerse. Entre lágrimas, pañuelos amarillos y los aplausos de decenas de familias buscadoras, una madre y su hijo se abrazaron por primera vez después de casi medio siglo de separación forzada.
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Héctor, nacido en 1973 en la Región del Biobío, fue sustraído de su madre cuando tenía apenas cinco meses de vida. Ella, una adolescente de solo 14 años, nunca autorizó su entrega. Pero en 1975, su hijo fue adoptado ilegalmente y llevado a Alemania. Desde entonces, su vida fue un rompecabezas con piezas ocultas.
El reencuentro fue posible gracias a la Fundación Hijos y Madres del Silencio, que ha jugado un rol crucial en la visibilización de las adopciones irregulares cometidas entre las décadas del 60 y 2000 en Chile. Hace apenas un mes, Héctor —hoy ciudadano chileno-alemán— se contactó con la Fundación. No tenía información sobre su madre: su inscripción en el Registro Civil figuraba sin padres. Pero una fotografía y una historia publicada en redes sociales en Concepción y Pemuco fue clave. Luego de contrastar documentos, fechas y recuerdos, se confirmó el vínculo: madre e hijo. Una conexión rota a la fuerza que, después de 49 años, pudo recomponerse en un gesto de dignidad y amor.
UN CRIMEN SIN RESPONSABLES, UNA HERIDA SIN CERRAR
Este caso se enmarca en la megacausa judicial por adopciones ilegales que encabeza el ministro Alejandro Aguilar, y que investiga el rol de clínicas, jueces, religiosos y redes internacionales en la separación de miles de niños y niñas de sus familias biológicas.
“Este no es solo el abrazo de una madre y un hijo. Es el abrazo de un país con su historia. Un acto de memoria, verdad y justicia frente a un crimen que aún no tiene reparación ni responsables”, declaró Marisol Rodríguez, presidenta de la Fundación.
La escena del reencuentro fue acompañada por otras madres, padres e hijos que aún buscan respuestas. Entre globos, carteles con nombres, pañuelos y miradas contenidas, el abrazo de Héctor y su madre se convirtió en un símbolo: del dolor, de la lucha, pero también de la esperanza.
UNA HISTORIA POR RECONSTRUIR
Héctor, visiblemente emocionado, apenas pudo hablar al bajar del avión. Su madre lo esperó con un ramo de flores y una fotografía suya de bebé. El abrazo fue largo. No necesitó traducción.
Ahora, ambos tienen una historia por reconstruir. No será fácil. Hay silencios, vacíos, heridas. Pero también hay voluntad, hay amor, hay verdad.
Y mientras se escriben nuevas páginas, muchas otras familias en Chile siguen esperando ese mismo abrazo.
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