El gran talento nacional: hacer un debate sin debatir, La noche de este martes, Chile volvió a presenciar uno de esos fenómenos propios de nuestra creatividad política: un debate donde el rigor se tomó vacaciones y la verdad pidió permiso sin goce de sueldo. Un país serio habría protestado. Nosotros, en cambio, lo comentamos en redes y seguimos adelante, quizá porque ya nos acostumbramos a que en vez de un debate presidencial nos presenten una mezcla entre matinal, late show y panel de farándula.
Cuando el periodismo confunde “pregunta incisiva” con “dato sin revisar”
El caso del TAG de Jeannette Jara fue el ejemplo perfecto. Una periodista, con tono solemne, aseguró que la candidata no había pagado en cinco años. Cinco. Exactamente el tiempo suficiente para dar dramatismo, pero no para revisar un documento.
Jara la desmintió en vivo. Hoy Autopase confirmó que ella tenía razón y que todo el escándalo correspondía, básicamente, a un error. Lo notable no es el error en sí —todos pueden equivocarse—, sino la seguridad con que se lanzó la acusación. Porque en parte del periodismo actual, al parecer, la seguridad reemplaza a la verificación.
Uno pensaría que en un debate presidencial la prioridad es hacer preguntas que ayuden al electorado a entender. Pero no. El criterio parece ser otro: buscar la frase que haga suspirar al editor del noticiario, aunque venga sin respaldo. ¿Rigor? Sí, claro, pero para la pauta del día siguiente, no para el debate que ve todo el país.
Kast y el deporte nacional de no responder nunca
Y en medio de ese ambiente de datos voladores, aparece José Antonio Kast, un hombre que domina como pocos el arte de responder sin responder. Si existiera una disciplina olímpica, Chile tendría medalla asegurada.
Lo suyo es admirable, en un sentido antropológico:
Si le preguntan por cifras, entrega metáforas.
Y si le consultan por propuestas, devuelve slogans.
Cuando le piden aclarar falsedades previas, acusa victimización.
Y si lo interpelan por ataques a su contendora, se queja del tono.
Y mientras el periodismo pelea consigo mismo entre el rigor y el rating, Kast avanza. Después de todo, ¿Para qué aclarar si se puede confundir?
Eso sí, cuando el candidato afirma algo que no corresponde, no suele corregir. Porque admitir un error sería romper el encanto. Su encanto. Ese donde él siempre tiene la razón, el país siempre va por mal camino y todo lo que ocurre se explica porque una legión de incompetentes arruinó lo que él, supuestamente, viene a salvar.
La suma de los factores: un debate que no debatió nada
Cuando juntas un periodismo que prefiere la espectacularidad a la precisión, con un candidato que encuentra refugio en ese desorden y lo explota con entusiasmo, lo que obtienes no es un debate: es un simulacro.
Un ejercicio donde las preguntas no informan, las respuestas no responden y la verdad aparece solo si alguien la encuentra después en un comunicado. El país, mientras tanto, intenta descifrar qué parte del espectáculo tiene relación con la realidad. Spoiler: muy poca.
La ironía mayor: así quieren que decidamos el futuro del país.
Si esto es lo que llaman debate presidencial, entonces el país está estudiando para mago: desaparecen los datos, se multiplican las evasivas y el rigor se parte por la mitad. Pero la democracia no vive de trucos; vive de verdad y responsabilidad. Y anoche vimos muy poco de ambas.







