El exministro Giorgio Jackson reconoce tarde: la “superioridad moral” fue una torpeza. Durante años, Giorgio Jackson fue más que un dirigente del Frente Amplio. Fue su principal referente político y simbólico. Desde ese lugar ayudó a construir un relato que llevó a su generación al poder. Por eso, su reciente autocrítica merece atención. No por su valentía, sino por su oportunidad. Llega cuando el daño ya está hecho.
En el documento difundido tras la derrota electoral, Jackson admite que fue una “torpeza” afirmar que su sector era “moralmente superior” a quienes gobernaron Chile durante los llamados 30 años. La frase fue polémica desde el inicio. Hoy, el exministro intenta reducirla a un error comunicacional. El problema es que no lo fue.
Esa declaración expresó una forma de entender el poder. Una mirada moralizante de la política. Dividió al país entre quienes se creían portadores del bien y quienes representaban un pasado que debía ser superado. Desde ahí se deslegitimó la experiencia, se relativizaron los acuerdos y se instaló una desconfianza estructural hacia el centro político.
La idea de superioridad moral tuvo consecuencias concretas. Facilitó el quiebre con la Concertación. Erosionó puentes con sectores moderados. También ayudó a justificar un proceso constitucional maximalista, incapaz de representar a las mayorías. El resultado está a la vista: una propuesta rechazada y una ciudadanía aún más distante de la política.
En su texto, Jackson reconoce errores de gestión. Habla de fallas comunicacionales. Admite decisiones mal evaluadas. Enumera episodios que dañaron la credibilidad del gobierno y del proyecto del Frente Amplio. Sin embargo, lo más relevante no es lo que dice, sino cuándo lo dice.
Esta reflexión no ocurrió cuando Jackson ejercía cargos clave. Tampoco cuando su influencia era decisiva en La Moneda. Llega ahora, con el poder perdido y el ciclo cerrado. La autocrítica aparece cuando ya no hay margen para corregir.
Durante el gobierno, las advertencias fueron claras. Vinieron desde la oposición, desde el oficialismo moderado y desde la ciudadanía. Se alertó sobre los indultos. Sobre la desconexión con las prioridades reales de las personas. Sobre la falta de control político y el tono moralizante del discurso. Pero esas señales fueron ignoradas.
Muchas de esas críticas fueron desestimadas por venir de quienes no compartían los “valores correctos”. Esa lógica terminó aislando al gobierno. También debilitó su capacidad de construir mayorías. Hoy, el costo político de esa actitud es evidente.
Jackson sostiene que se abre un nuevo ciclo. Llama a la reflexión y a la humildad. El problema es que la autocrítica tardía no repara el daño institucional. No devuelve la confianza perdida. Tampoco corrige un proceso constitucional que terminó fortaleciendo a los sectores que el propio Frente Amplio decía querer enfrentar.
Reconocer errores es necesario en democracia. Pero hacerlo solo cuando ya no se gobierna no es responsabilidad. Es diagnóstico posterior. La política exige corregir a tiempo. No escribir balances cuando las decisiones ya no se pueden cambiar.
La frase sobre la “superioridad moral” fue una torpeza. En eso, Jackson tiene razón. Pero también fue una señal temprana de un problema más profundo. Una generación confundió convicción con arrogancia. Ética con superioridad. Cambio con negación del pasado.
Chile ya pagó el costo de esa confusión. La autocrítica llega tarde. Las consecuencias ya forman parte del escenario político.
