Todos saben que los partidos se han debilitado, pero lo que falta por entender es que se pueden seguir debilitando si les dan la menor oportunidad.
Del PS han llegado dos noticias sucesivas: primero, que renunció el diputado Jaime Naranjo y, segundo, que fue la bancada de diputados socialistas la que se adaptó a la situación manteniéndolo en su interior y evitando una declaración solidarizando con él.
Después de esto, ¿alguien cree que será un hecho aislado?
La triste constatación es que las organizaciones partidarias ya no aspiran a disciplinar a sus integrantes, sino que proceden a adaptarse como pueden a sus muestras de indisciplina o ruptura. En este ambiente no se tiene una idea precisa de qué pueda ser entendido como partido más allá de lo simbólico.
Naranjo se va porque quiere competir con la presidenta del PS por la senaduría del Maule y piensa que bajo una conducción de Vodanovic no puede hacerlo. Con esta motivación pone fin a 33 años de militancia.
La razón personal está primando por sobre la razón colectiva. El caso más reciente es el que mencionamos en el socialismo, pero a nadie se le ocurriría lanzar la primera piedra porque esta escena se da en otros contextos.
Pero sigamos con el ejemplo.
Naranjo acepta reunirse con la bancada siempre y cuando no asista Vodanovic, lo que, por supuesto, se le concede. Esto se explica porque un parlamentario solo puede presentar su repostulación si la directiva de su tienda se lo permite. El temor a que eso no pase casi siempre termina con que el que sospecha que será defenestrado se va del partido.
Unos se enojan, otros se enemistan, a algunos no les gusta una decisión tomada, aquellos se sienten postergados, unos últimos se hastían y a algunos les pasa todo a la vez. Incluso, hay quienes se agrupan para salir.
Se van con la idea de formar una instancia nueva, ajena a todo aquello que les molesta, y, al principio, todo va bien porque no están presentes los desagradables que les amargaban la vida.
Ya no habrá diferencias insalvables.
Pero como, al final, es más fácil cambiar de partido que de costumbres, ocurre que los amigos que se van no continúan tan amigos como antes. Un sindicato de hijos únicos empieza bastante bien, pero solo hasta que escoge directiva. Alguno alcanza la presidencia y de allí no hay que agregar nada más.
Tenemos el caso de personas que pasan por dos militancias antes de terminar de independientes: una militancia de 35 años, otra de 35 meses y se van dando 3 portazos. Así que formamos el club de los corazones solitarios o le ponemos remedio a la situación.
Un partido serio debe ordenarse y ordenar a sus militantes
Los partidos tienen límites muy estrechos para asegurar la disciplina, pero las grandes fronteras políticas siguen existiendo y un conglomerado con un núcleo sólido le puede dar conducción. El individualismo no desaparece y el desorden no se extingue, pero se consigue algo fundamental.
Con coaliciones fuertes, por primera vez las conductas más responsables se logran imponer y las consecuencias de mediano y largo plazo consigue abrirse camino. No es el fin de todos los males, pero es el comienzo para que algo bueno empiece a predominar en la política cotidiana.