El fulminante fin de la dictadura de Fulgencio Batista, en la madrugada del 1 de enero de 1959 en Cuba, obligado a huir, derrotado por la guerrilla de Fidel Castro, abrió una perspectiva nueva en América Latina.
Los años 60 se convirtieron para buena parte de la juventud en una esperanzadora “década prodigiosa”.
Quienes tenían poco más o poco menos de 20 años, asumieron lo ocurrido en Cuba como una poderosa señal: en vez de las viejas alianzas partidistas que solían alternarse en el poder o reemplazar una dictadura por otra, los “barbudos” de Fidel y el Che Guevara habían abierto una posibilidad sin precedentes.
La lucha guerrillera no solo era válida, además podía tener éxito.
Los entusiastas seguidores de esta nueva senda se multiplicaron desde México y Centroamérica hasta el sur de Chile. En Uruguay, quienes creían que la transición entre Blancos y Colorados solo perpetuaba el modelo tradicional, vieron una nueva opción. Este fue el origen del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
José Alberto Mujica Cordano, descendientes de vascos por parte de padre y de italianos por parte de madre, quien acaba de morir justo antes de cumplir los 90 años, fue parte entusiasta del movimiento desde los años 60.
Entre 1972 y 1985 estuvo detenido durante la dictadura en el penal de Punta Carreta. El lugar se transformó, después del cierre de la cárcel, en un próspero centro comercial… y Mujica, sin renunciar a sus ideales, se integró a la vida política.
Hasta su muerte, lideró el Movimiento de Participación Popular, principal sector del Frente Amplio.
El viejo luchador nunca abandonó su sobrio estilo de vida. En la década de los 70 formó pareja con Lucía Topolansky, guerrillera igual que él y con quien se casó en 2005.
Wikipedia lo definía como “un político y floricultor”. Fue presidente desde el 1 de marzo de 2010 hasta el 1 de marzo de 2015, como miembro y líder del Frente Amplio. También recordó Wikipedia fue descrito como «el jefe de Estado más humilde del mundo» debido a que “donaba alrededor del 90 por ciento de su salario mensual de unos doce mil dólares a organizaciones benéficas que favorecen a los pobres y a los pequeños empresarios”.
El Times Higher Education, un prestigiado observador de la vida académica mundial, lo calificó como el «presidente filósofo» en 2015.
Su muerte estaba anunciada. Un cáncer al esófago lo había sentenciado y él lo sabía. Pero, sus compatriotas lo despidieron conmovidos, igual que los presidentes de Brasil, Inacio Lula da Silva, y de Chile, Gabriel Boric.
En una dimensión lejana, el mandatario argentino, Javier Milei, prefirió descalificarlo por su violento pasado guerrillero.
Lula, en cambio, valoró su participación en democracia: “Yo conocí en mi vida a mucha gente, pero Pepe era aquella figura especial, que yo aprendí a respetar, a admirar y a seguir cada paso que daba después que dejó la Presidencia de Uruguay…
Una persona como Mujica no muere.
Se fue su cuerpo, pero plantó sus ideas todos estos años, con la generosidad de un hombre que estuvo 14 años en cárcel y que consiguió salir en libertad sin ningún odio a las personas que lo encerraron y lo torturaron”.
En buenas cuentas, lo que se ha valorado, es precisamente su actividad política. Sin abandonar sus ilusiones juveniles, José Mujica participó intensamente en la vida pública, sin alardes, con humildad y una gran generosidad.
Se cierra así el ciclo que ilusionó a los jóvenes después de la llegada de Fidel Castro a La Habana. Nadie lo dijo ahora, pero en definitiva la derrota de Batista terminó siendo igualmente la derrota de quienes se entusiasmaron entonces con la guerrilla y la vía violenta.
Pepe Mujica demostró que la política y la democracia, cuando se viven en plenitud y honestidad, siguen siendo el mejor camino.
Es la gran lección que deja su vida. Es lo que importa.