Momento crucial Por Abraham Santibáñez Premio Nacional de Periodismo
El domingo llamó a la puerta de mi casa en San Miguel una mujer joven que -me explicó- estaba vendiendo algunos enseres de su casa porque no tenía trabajo y trataba de arreglárselas para subsistir.
Ofrecía un juego de té por una módica suma. Le dije que no lo necesitábamos y terminé dándole un billete que no me atrevo a llamar una limosna.
Pero, claro, lo era.
Me agradeció y, al despedirse, me invitó a leer la Biblia.
En vísperas del quinto aniversario del llamado Estallido Social y de las elecciones, me parece que este es un buen retrato de la realidad de nuestra frágil convivencia democrática. Un vasto sector -que incluye a la clase media tradicional- sufre un grave deterioro económico. Las alzas de la electricidad particularmente significan una carga extrema a personas que se acostumbraron a vivir el “progreso” mediante el uso cotidiano de artefactos eléctricos, incluyendo la calefacción y los computadores. No hay manera, por cierto, de regresar a los chonchones, las lámparas de carburo, los braseros y los viejos teléfonos fijos.
Populismo
Esta alza se originó cuando, en un gesto que ahora se ve como peligrosamente simplista, se nos dio la oportunidad de gozar de electricidad a bajo costo… Hasta que llegó la hora de pagar la deuda y eso es lo que estamos sufriendo. Es la demostración de que la demagogia y el oportunismo nunca son buenos y que tarde o temprano se deben pagar los costos.
Es la primera lección que nos dejó la revuelta de 2019.
La segunda tiene que ver con las elecciones.
Asombra la cantidad d candidatos independientes. Muy pocos entregan señales claras acerca de su eventual postura ideológica o partidista. La mayoría solo ofrece ambiciosos programas que, claramente, no podrán cumplir, pero que entusiasman a incautos. Su distancia con los partidos políticos, reflejo obvio de su desprestigio, es mala consejera. Agrupaciones circunstanciales, como las que se presentaron a las elecciones de Convencionales o a otros comicios, prosperaron fugazmente, pero se deshicieron luego. Precisamente porque carecían de consistencia: sin ideas de mayor alcance, sin afiliación política, solo motivados por lo que llaman vagamente el “deseo de servir”, su real proyección es imposible.
El mundo está muy revuelto.
En varios países la democracia está en peligro porque las ideas de la extrema derecha se han agudizado y su discurso atrae a quienes, como la vendedora de su servicio de té aquí en mi comuna, siguen esperando una respuesta que mejore su situación. La pérdida de lo logrado en los primeros 30 años del retorno a la democracia, a la que se suma el temor ante la delincuencia desatada hacen urgente recoger y resolver sus peticiones.
Lamentablemente, aunque necesaria y saludable, el destape de la corrupción, tanto de privados como de funcionarios públicos no es suficiente.
Que sean castigados -como se espera- no va a solucionar la angustia de muchos chilenos.