Ni gobierno ni oposición: Entre un temor oculto y una deuda manifiesta Por Víctor Maldonado R.
Como país, hemos enfrentado grandes problemas, pero no hemos encontrado grandes soluciones. A medida que el gobierno ha ido ajustando su actuación a la respuesta inmediata a las preocupaciones ciudadanas pudo mostrar logros efectivos. Estas respuestas no estaban entre las prioridades del programa. La retórica no tuvo un correlato en resultados descollantes.
La derecha ha constatado que es más fácil ser oposición que gobierno porque criticar no es lo mismo que entregar pruebas de que lo puede hacer mejor.
La oposición todavía no tiene una respuesta convincente que explique por qué se le escapó de las manos el estallido social cuando estaba en el poder. Si es cierto que hubo un intento de derribar al gobierno de Piñera, tienen que decirnos por qué se alcanzó un punto de tanta debilidad como para que derribarlo llegara a parecer una posibilidad real. Fue un hecho inédito desde la transición.
Si no pudieron solucionar una crisis, sino que fueron salvados por el acuerdo transversal de una salida política, la pregunta es por qué eso no se podría repetir. Tienen más experiencia en ser sobrepasados que en la solución de problemas que se acumulan. Sus recetas estaban en aplicación y no sirvieron.
Este es el temor oculto de la derecha. Ella se debilitó en el ejercicio del poder y creció en la crítica a sus adversarios, los que tampoco pudieron cumplir con las expectativas que crearon. ¿Qué pasa si el ciclo se repite?
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La centroizquierda unida fue una mejor respuesta a la derecha dura en la segunda oportunidad. Fue encabezada por el grupo más joven y menos probable, pero que, al final, tuvo el mejor desempeño en campaña. Sus credenciales para dirigir un buen gobierno eran mínimas. Tuvo que conseguir más del doble del apoyo original que obtuvo. Pero nada de esto se va a repetir.
La centroizquierda podrá ser muchas cosas, pero no será la novedad del año para nadie. Al frente no va a encontrar la expresión más dura de la derecha. Y puesto que nadie ha identificado grandes soluciones, la promesa más efectiva es la de un gobierno ordenado y capaz de entregar una buena administración.
Si el país tiene que escoger entre proyectos mínimos, la derecha tiene las de ganar. No ofrece sueños, pero intentará convencer de que evitará cualquier pesadilla. La normalidad ha llegado a ser un auténtico ideal posible y deseable.
La centroizquierda debe garantizar, como piso, que puede hacer que funcione la economía, los servicios públicos y, sobre todo, alcanzar la seguridad.
La presentación de promesas a destajo no será atractiva. El año estuvo marcado por el mayor descrédito de la política, por la acumulación de escándalos financieros y la cárcel pasó a ser una residencia posible para un político.
Un gobierno que empieza hablándole a todo el país y termina dirigiéndose a su grupo de apoyo más duro, no creció, sino que se contrajo. Y reduciendo expectativas, convocatoria y logros no se llega al éxito.
Los políticos no pueden llegar a ser los especialistas en correr lentamente tras las promesas que se les escapan de control. Se buscan realizadores, constructores de realidades, especialistas en logros, forjadores de acuerdos transversales y expertos en acercar sus palabras a acciones verificables.