¿Por qué necesitamos desarrollar un pensamiento cosmopolita? Por Claudio Araya, académico de la Escuela de Psicología, Universidad Adolfo Ibáñez.
Vivimos en un mundo donde coexisten dos formas fundamentales de percibir nuestra relación con los demás. Por un lado, está la visión individualista, que asume que los otros están ahí para satisfacer nuestros deseos y necesidades.
Desde esta perspectiva, las personas se perciben como independientes unas de otras, y donde se perciben a las personas como recursos que pueden ser utilizados.
Por otro lado, está la visión cosmopolita, que nos invita a reconocer que formamos parte de una red de relaciones interdependientes y frágiles. Donde sí daño a una parte de esa red se pone en riesgo a toda.
La perspectiva individualista ha moldeado culturas que privilegian la competencia y el narcisismo individual y social, con la consiguiente epidemia de soledad y tristeza que trae. Aunque reivindica en su discurso la “libertad individual”, a menudo olvida nuestra profunda necesidad de cuidado mutuo, una necesidad respaldada por abundante evidencia científica.
En contraste, el cosmopolitismo nos ayuda a superar el dualismo simplista de «buenos» y «malos», fomentando en su lugar una humanidad compartida que reconoce tanto nuestras similitudes como nuestras legítimas diferencias.
Este enfoque no es idealista ni sencillo. De hecho, resulta complejo e incierto. Sin embargo, frente a un mundo cada vez más polarizado y marcado por discursos de odio, parece una alternativa imprescindible.
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Los desafíos que enfrentamos —desde el cambio climático hasta la desigualdad, las migraciones, la inseguridad alimentaria y los conflictos sociales— no pueden resolverse desde una lógica individualista o nacionalista.
Requieren una visión planetaria, una que reconozca nuestra interdependencia y fomente la colaboración.
El cosmopolitismo no se trata de renunciar a nuestras identidades locales o nacionales, sino de ampliar nuestra perspectiva. Ser humano implica formar parte de una gran familia, donde la confianza y la cooperación son esenciales para sobrevivir y prosperar.
Ante los retos globales, esta visión ofrece una esperanza: la posibilidad de construir un futuro donde, más que competir por la supervivencia, colaboremos para garantizarla.
Nuestros hijos y nietos merecen que lo intentemos.