Opinión

Resiliencia en educación superior: esfuerzo de los estudiantes no tradicionales

Luisa Mejías B.

Coordinadora Académica, Escuela de Psicología, Universidad Miguel de Cervantes.

Su presencia en las aulas representa no solo el alcance de un proyecto y sueño personal, sino también una muestra evidente de resiliencia cotidiana.

En el contexto de la educación superior en nuestro país, suele destacarse el recorrido de estudiantes jóvenes que ingresan a la universidad tras finalizar la enseñanza media. Sin embargo, existe una realidad mucho menos visible, pero profundamente significativa: la de los estudiantes no tradicionales, personas que cursan estudios superiores mientras sostienen una multiplicidad de roles en sus vidas.

Muchos de ellos sobrepasan los 40 años, son jefes o jefas de hogar, trabajan, son padres o madres, esposos, cuidadores y, en muchos casos, los primeros de su familia en tener la posibilidad de acceder a la educación universitaria. Su presencia en las aulas representa no solo el alcance de un proyecto y sueño personal, sino también una muestra evidente de resiliencia cotidiana.

El esfuerzo que manifiestan estos estudiantes va mucho más allá de lo académico. No estudian en contextos exclusivos de aprendizaje; por el contrario, sus rutinas diarias están marcadas por extensas jornadas laborales, responsabilidades del hogar, compromisos familiares y, por lo consiguiente, escasos momentos de descanso.

Aun así, persisten. Contra el agotamiento físico y emocional, contra los sistemas educativos que muchas veces no están diseñados para sus tiempos ni sus necesidades, estos estudiantes construyen su trayectoria académica con una fuerza admirable.

La resiliencia, en este caso, no se manifiesta solo como la capacidad de “resistir”, sino también como la habilidad de adaptarse, reorganizar prioridades, mantener la motivación y proyectarse hacia el futuro.

Cada clase a la que asisten, cada trabajo que entregan venciendo al cansancio, cada examen rendido luego de una extensa jornada laboral, son actos de afirmación personal y familiar. Representan un deseo profundo de transformación social y colectiva: estudiar no es solo para sí mismos, es también para abrir caminos a sus hijos, hermanos, amigos, compañeros de trabajo, a su comunidad.

En un contexto donde la educación superior aún está marcada por profundas desigualdades, el compromiso de estos estudiantes se vuelve un acto de reivindicación. Enfrentan barreras tecnológicas, económicas y culturales con una voluntad que desafía todo estereotipos y prejuicios.

Su historia no es la del privilegio, sino la del esfuerzo sostenido y la convicción de que nunca es tarde para aprender y cumplir no solo un sueño, sino terminar una carrera universitaria que hasta hace algunas pocas décadas estaba vetada para todos ellos.

Por ello, es indispensable que las instituciones reconozcan y valoren estas trayectorias.

Promover políticas de acompañamiento, facilitar horarios flexibles, disponer de espacios de contención emocional y diseñar estrategias pedagógicas inclusivas no es un favor, sino una necesidad ética. Acompañar a estos estudiantes es también sostener el derecho a una educación justa y transformadora, donde la resiliencia no sea el único recurso para alcanzar el sueño de una carrera universitaria.

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