Democracia en peligro: Mientras más se interne en un camino equivocado, más lejos queda la salida.
A la democracia le han faltado defensores de fuste y, si no se enmienda conducta, pronto habremos de enfrentar un retroceso en nuestras instituciones, algo que ya se ha experimentado en las conciencias de las personas.
Las fallas más difíciles de detectar son las compartidas por muchos y por eso no se percibe la creciente baja de la calidad de la política democrática.
La democracia vive del prestigio de los demócratas que proviene del reconocimiento de la coherencia que se tiene entre dichos y hechos. Cuando no existe, deja de percibirse una diferencia significativa con aquellos que desembozadamente ofrecen alternativas populistas.
Y bien, ¿qué institución importante no ha sufrido un proceso de evidente deterioro en su prestigio en el último tiempo? Partidos, parlamentarios, autoridades de gobierno, jueces y muchos otros han seguido este camino.
Según la encuesta Cadem, Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, sobrepasa en evaluación positiva a conocidas figuras democráticas. Atrae su estilo y la aparente efectividad de los resultados contra el crimen. Se entiende fácilmente: cuando se tiene controlada la prensa solo se escuchan aplausos.
No es un giro hacia lo autoritario en sí mismo. Los encuestados que tienen la mejor imagen de 7 democracias occidentales, son los que ponen como ejemplo a El Salvador en Latinoamérica. Se admiran los países que garantizan mejor seguridad y bienestar, pero se ve a Chile muy lejos de haber asegurado lo primero. Es la opción que queda en medio de la angustia.
No es una manera de pensar poco inteligente. Lo insensato es haber dejado que la situación llegue a tal punto que las opciones de línea dura parezcan las únicas capaces de obtener garantías mínimas de estar a salvo.
Tenemos muchos líderes políticos que cuando piensan “en grande” les alcanza para pensar en los intereses de su sector, no del conjunto. Evelyn Matthei, por ejemplo, acaba de declarar que le parece factible una futura alianza con el Partido Republicano para enfrentar las próximas elecciones presidenciales.
Lo hace cuando tiene la certeza de que pasará a segunda vuelta, cuando sus encuestas le dicen que el votante republicano optará por ella, de todas formas, en la segunda oportunidad. Sigue teniendo como norte la elección presidencial, dejando muy en segundo plano la gobernabilidad.
Se da un paso innecesario y posiblemente contraproducente. Los acuerdos nacionales son parte de lo que hay que plantear en campaña, no después porque con semejante compañía, el diálogo será reemplazado por una mayor inflexibilidad. El sacrificio de lo importante por los beneficios inmediatos del presente es el error principal. La derecha puede ganar, pero no está aportando a mejorar la calidad de la política y parece acercar el peligro autoritario.
Si no se levanta la cabeza no se ve el horizonte. Es la centroizquierda la que debe disputar el espacio de entregar mayor certidumbre, hacer un giro a la moderación, atreverse a los acuerdos amplios y garantizar la seguridad que la ciudadanía demanda junto a la libertad que una democracia fortalecida permite.