La homilía del arzobispo Fernando Chomalí tuvo la cualidad de obtener una aceptación transversal. Importa saber qué fue lo que dijo para conseguirlo.
Destaca su tono positivo, partiendo de aquello que hacemos bien. Incluye las palabras de Gabriela Mistral, para quien la historia de Chile puede ser vista como “un oficio de creación de patria” y sigue con el agradecimiento a los que aportan para construirla día a día.
Hay motivos para una “esperanza agradecida”.
Sobre esta base afirma que “Chile no se caerá a pedazos” y que podemos afrontar nuestros dolores sin caer en el pesimismo estéril ni en el optimismo ingenuo. Con realismo, hay que buscar caminos de salida que dignifiquen a las personas, en especial a los jóvenes, en la promoción del trabajo y en seguridad.
Son muchos los jóvenes que se sienten solos, con frágiles vínculos familiares, incluso cientos de miles que ni estudian ni trabajan.
El reconocimiento del valor del trabajo se empobrece, hay despidos masivos, la precariedad laboral es la realidad de muchos y hay que saber enfrentar la irrupción de nuevas tecnologías.
Las pensiones dignas son una deuda nacional.
Lo que más preocupa es la seguridad. “Nadie se siente seguro” y corremos el riesgo de convertirnos en rehenes del crimen organizado. “Pronto ya será tarde”.
La corrupción se enseñorea en lugares que debieran ser intachables. “Duele que personas con poder en vez de servir a Chile se han servido de Chile”.
Chomalí invita a “un gran acuerdo nacional donde todos quienes tenemos responsabilidades en el país nos escuchemos”. “Necesitamos de una gran sinfonía donde estén presentes la unidad, el diálogo social, la reflexión serena, la mirada amplia”. A quienes postulan a cargos de responsabilidad les recuerda que “las acciones generan cultura y esa cultura se instala en el corazón y en la mente de los ciudadanos”. Hasta aquí el arzobispo.
¿Cuál es su contribución?
Chomalí no aporta novedades, lo que hace es poner cada cosa en un sitio adecuado. Los problemas existen, pero no nos sobrepasan. En nuestra historia y en la vida cotidiana nos sostenemos en el esfuerzo de la gran mayoría. La dignidad de las personas no se consigue basando la convivencia en el egoísmo.
Hay que conseguir seguridad, pero también trabajos que dignifiquen, un país que abra espacio a los jóvenes y tenga pensiones adecuadas para los ancianos. A nada de esto podemos renunciar ni podemos sacrificar un aspecto al otro.
Es una mezcla de realismo, sentido común y de confianza depositada en la construcción colectiva. El instrumento por utilizar es la capacidad de diálogo.
¿Quién podría estar en contra de una perspectiva como esta?
Sin embargo, poner las cosas en su lugar, retomar el camino de nuestra mejor tradición republicana, reposicionar la ética en todo el ámbito de la actividad política son logros por recuperar y de manera urgente.
Lo que tenemos hoy es el predominio de lo secundario, de la visión de sector por sobre la visión de país, de los objetivos de bando por sobre la búsqueda del bien común y del interés propio por sobre el colectivo. Todo esto puede ser enmendado si, en ambos lados, dan la pelea los dirigentes que construyen. Lo que falta por poner en su lugar son los líderes adecuados.