Con su victoria en las primarias, Jeannette Jara no solo se convierte en la carta de la izquierda para la elección presidencial de noviembre: también encarna una encrucijada política. Su candidatura marca un momento bisagra para el Partido Comunista, que por primera vez en décadas está más cerca del poder que del panfleto. Pero con esa cercanía llega la responsabilidad: gobernar para todos, no solo para los propios.
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Jara ganó gracias a una fórmula que va más allá de las consignas de siempre. Mostró gestión, moderación, cercanía. Y sobre todo, supo marcar distancia —con elegancia, pero firmeza— de los sectores más extremos del PC, esos que aún hablan como si vivieran en la Guerra Fría y no en una democracia exigente y cansada de polarizaciones.
Ahora, el desafío es mayor: debe mostrarse como una lideresa con visión de futuro, que interpreta a una nueva izquierda ciudadana, dialogante, responsable y moderna. Y para eso, hay algo claro: Jara no puede gobernar con la sombra de Carmona ni con el ruido de Jadue. La vieja guardia del PC no puede seguir marcando el paso. Ni desde el arresto domiciliario ni desde la sede del partido.
Chile necesita soluciones, no trincheras ideológicas. Y Jara, si de verdad quiere gobernar con mayoría, debe dar señales claras de autonomía política. Convertirse en una figura transversal, que escuche a la ciudadanía antes que a los comités centrales. El capital político que hoy tiene puede diluirse rápidamente si permite que la campaña, o un eventual gobierno, se contamine con los dogmas del pasado.
Esta es su oportunidad de demostrar que se puede liderar desde la izquierda con pragmatismo, sin caer en populismos ni sectarismos. Jara tiene una hoja en blanco. El futuro de su proyecto, y en parte el del propio PC, dependerá de cómo decida escribirlo.
