Partamos por el final: es un hecho que Peso Pluma no va a llegar al Festival de Viña porque antes de llegar a Viña tiene que entrar al país y el gobierno no puede permitírselo. La administración Boric comete errores, pero no es suicida.
Además, el Festival es sinónimo de un evento artístico y lúdico donde la rutina cotidiana es superada por las más diversas manifestaciones de la cultura popular. En el instante en que se vuelve parte del debate más serio sobre drogas y violencia deja su ámbito propio, con lo que solo puede salir perjudicado.
Lo que está en debate no es cómo este asunto termina, sino cómo es que decidimos debatirlo. Los argumentos que se están dando muestran, muy a las claras, un choque de valoraciones que nos refleja como sociedad.
Si dejamos a un lado los que participan del debate porque son parte de los que tomaron la polémica decisión y, por lo tanto, no están interesados en mantener la presencia del cantante mexicano en Viña, sino en mantenerse en sus puestos de trabajo, veremos que muchos están opinando sobre el fondo del asunto.
Están quienes consideran que no se puede ejercer una censura sobre una expresión artística que muestra una realidad social donde el narcotráfico existe. Se preguntan a dónde iremos a parar si empezamos a limitar la libertad de un modo que les resulta arbitrario y, paradojalmente, violento.
Están quienes sostienen que no se puede legitimar a quien consideran un apologista de la narcocultura y de la violencia, menos desde la vitrina de un festival que trasciende nuestras fronteras y financiado con recursos públicos. Estamos ante el choque de dos bienes: la libre expresión de una manifestación artística versus el rechazo a consentir la normalización de un mal mayor.
Confieso que nunca he entendido a las personas que se dicen de izquierda, pero que argumentan sus posturas con las ideas más representativas de la derecha. La libre expresión sin límite en los ámbitos político y artístico es propuesta libertaria, de la derecha extrema, donde la idea es “que nadie se meta conmigo”.
Todos los demás ponen el bien común como límite a lo que cada cual quiere hacer porque así le da su real gana. Lo decisivo son los efectos que tienen mis decisiones o mis consentimientos sobre los otros miembros de la comunidad.
La izquierda siempre ha llamado la atención sobre la posibilidad que tienen los más desfavorecidos de ejercer las libertades que solo los ricos se pueden permitir. Lo que importa aquí es la libertad en la situación real.
Hasta el más pequeño capo de la mafia mexicana aspira, si llega a adquirir cierta importancia, a que sus hazañas sean cantadas en corridos. Es su consagración, apenas puede las encarga y se preocupa de su difusión. La idea de un autor componiendo a solas en su habitación inspirado por su genio es puro cuento.
No somos un país peso pluma. Vamos a cancelar una invitación al festival porque aquí los ministros rectifican si no declaran como deben sus reuniones. No podemos tratar a la narcocultura mejor que a los ministros. Es lo coherente.
A los defensores de la libertad de expresión extrema solo les pido una cosa: póngase a cantar una canción de Peso Pluma mirando la cara de los padres que han perdido un niño por quedar en la ruta de una bala; después hablamos.