La tradición chamantera de Doñihue.
Enclavado entre el río Cachapoal y los cerros de la cordillera de la costa se encuentra Doñihue, pueblo de poco más de 18 mil habitantes y que tiene como su sello más importante el ser la cuna del chamanto huaso, pieza única en su especie y que le da fama a nivel nacional e internacional.
Se hace necesario, entre tanto, distinguir qué es un chamanto y cual una manta.
El chamanto, por principio, tiene varios colores y figuras decorativas, al contrario de una manta que es confeccionada solamente por franjas horizontales. El primero podría costar algo cercano a los 2 millones quinientos mil pesos. La manta, menos de 1 millón.
Del mismo modo y, dependiendo del tiempo de trabajo, este también varía. En el caso de los chamantos, aunque no hay unanimidad, suele ocupar 180 horas de trabajo (según algunas chamanteras), lo que significa 3 meses de trabajo. Pero hay excepciones. Claro que las hay.
Con todo, lo importante es que la dedicación al telar es lo que marca su tiempo y se dan casos en que a cuatro manos hay un record, al parecer, aún no superado de 1 mes, pero como se explica, es la excepción pues exige dedicación exclusiva, dos tejedoras y practicamente 16 horas o más frente al telar.
¿Dónde se encuentran la mayoría de las chamanteras?
Así como el nombre Doñihue se asocia al chamanto, el barrio de Camarico es el que concentra la mayor cantidad de hábiles y dulces manos para tejer sin descanso lo que huasos de rodeo, artistas folclóricos y, obvio, dueños de fundos, lucen orgullosos porque, como dicen las artesanas, cada chamanto es único.
La tradición dice que son mujeres artesanas principalmente quienes mantienen viva la tradición del tejido y que su extinción estaría próxima dada la avanzada edad de sus cultoras. Sin embargo y aunque es verdad que muchas tejedoras ya colgaron sus hilos, existe hoy en el pueblo una gran cantidad de jóvenes que se están dedicando al arte del tejido, aprendiendo de aquellas que por generaciones recibieron las enseñanzas de sus madres, sus abuelas, bisabuelas.
Es el caso de Daniela Palma Césped, una joven de 32 años cuya figura ya traspuso los límites del pueblo dada la calidad y diversidad de sus tejidos. Agréguese a ello el hecho que estudiaba diseño gráfico, lo que le permitió innovar en los clásicos modelos contrariando muchas de las antiguas tejedoras que sin embargo ven en ella no la competencia, sino más bien un ejemplo y esperanza de continuidad.
De la costumbre al tatuaje sin cambiar la perfección
Llama también la atención en Daniela (en la foto) el tener algunos tatuajes en sus brazos, algo impensado en las antiguas tejedoras, casi sin excepción dueñas de casa, conservadoras en el vestir, “señoras de su casa”, como manda el machismo que durante el siglo pasado campeaba en las relaciones familiares.
¿Qué hizo entonces que Daniela postergara sus estudios de diseño para dedicar su tiempo a los chamantos? Sin duda el ejemplo de su abuela Julia Peralta, una de las chamanteras de mayor trayectoria en la comuna. “Pero ser nieta de ella -confiesa- me coloca mayores desafíos. Los clientes,confían más en las personas de mayor edad pues el huaso quiere asegurarse que su trabajo sea bien hecho y yo soy demasiado joven para la tradición”.
Hoy sin embargo puede contar que el éxito en su emprendimiento está garantizado pues, así como aprendió todo de su abuela, su clientela crece a cada día porque, como asegura, “cada pieza debe quedar perfecta. O sea, un 100% de calidad pues, aunque no se note, quienes hacen un chamanto se dan cuenta rápidamente cuando una hebra está mal tejida o colocada en un lugar que no corresponde. O sea, en este oficio, la rapidez es enemiga de la perfección. Esto se hereda de nuestras abuelas quienes, aunque se demoraban, jamás dejaban cualquier imperfección aunque fuera imperceptible para el cliente”. Es, en definitiva, un desafío cotidiano y también responsable de los tres meses o más de trabajo.
La juventud se aleja emigra
Decidió entonces dedicarse al oficio pues observaba que las más antiguas sufrían de dolores de espalda, articulaciones, visión, columna, etc. La visión, por ejemplo, es la más perjudicada pues siendo un trabajo demasiado fino, la vista se cansa, se hace necesario usar anteojos pues aquí se trata de trabajar cada una de las 4.300 hebras que conforman el chamanto multicolor.
En su caso, haber estudiado diseño, aunque fuera solo por un año, evidencia que sus chamantos se diferencian de los clásicos pues sus diseños van más allá de la hoja de parra, el copihue y otros pues “aprendí mucho en el curso de diseño, sobre todo conocer los colores, la cromática y otros aspectos que nuestras abuelas intuían pero que en mi caso fue producto de lo estudiado”. Es tal vez por esa razón que los clientes de Daniela destacan la elegancia de sus mantas y chamantos, además de buscar colores armonizados.
Reivindica además la falta de atención que en las escuelas se le da al oficio artesanal como un todo y al tejido en particular. “Lamentablemente la juventud prefiere estudiar una profesión tradicional y no miran los oficios que son tanto o más gratificantes que los otros. Esto se debe principalmente porque en la enseñanza media valorizan más que nada las profesiones universitarias. No hay cultura respecto de los oficios”.
¿A qué le temen?
“No se si es temor. Ocurre que tanto en la enseñanza básica como primaria, colocan como objetivo principal las carreras tradicionales en la universidad. En cambio yo, como crecí viendo tejer a mi madre, mi abuela, fui además incentivada por uno de mis profesores, cuando me dijo que debía meterme en el tejido pues la mayoría de las mujeres que lo hacían empezaban a desaparecer”.
“El chamanto hecho es más que un tejido, afirma. Cuando veo un chamanto que yo confeccioné, lo continúo sintiendo propio. El chamanto es una emoción. Desde la selección de los colores, cuando comienza a hacer el diseño completo, cuando se comienza a materializar, es imposible no traspasarle mis emociones. Es todo hecho a mano y por lo mismo tiene otro valor que va más allá del precio que se cobre”.
Julia Peralta y el Papa
Doña Julia, “Julita”, es quizás una de las tejedoras más respetadas y la de mayor reconocimiento público. Sus trabajos, todos de excelencia la tuvieron en todos los noticieros de abril del año 1987 cuando le hizo entrega al mismo Papa, Juan Pablo II, de una casulla que le confeccionó a pedido del padre Moreno, párroco de Doñihue.
“Esa casulla me demandó prácticamente 8 meses de trabajo pues era mucho más grande que un chamanto tradicional. Medía más o menos 1,70 m. Fue una tremenda alegría porque de las chamanteras, yo era una de las pocas que frecuentaba la iglesia. Eso, porque atender la casa y tejer era imposible que tuvieran tiempo pero en mi caso, como era catequista (aún lo soy), fue una bendición”.
¿Emocionante el momento de la entrega? “Claro, fue un verdadero sueño. Nunca pensé que me iban a pedir que se la entregara. Subí a un estrado donde estaba el Papa, la recibió, me tomó de las manos y me dio un beso en la frente”.
Casulla con tinte vaticano
Pero era necesaria confeccionarla con los colores del Vaticano (amarillo y blanco) además litúrgico (verde, rojo y blanco) . Definido esto, los diseños fueron los que simbolizan la eucaristía. Espiga (pan), hoja de parra (vino). Esto le tomó más tiempo de trabajo que lo usual.
“Mis inicios en el tejido, nos cuenta, comenzaron, como ocurre con muchas de nosotras, observando a mi mamá. Pero ella no quería que me dedicara a esto porque prefería que estudiara pues el trabajo era muy sacrificado. Además las cosas se dieron mal, nos quedamos sin papá y en la familia éramos 10 hermanos. De este modo no tuve más posibilidades que aprender pero soy autodidacta porque mi madre nunca quiso enseñarme”.
Luego, como en la iglesia ya conocían su dedicación, le encargaron hacer el manto de la Virgen Peregrina, que fue un regalo del Papa Benedicto XVI, para que recorriera el país. Fue hecha en madera por un artesano ecuatoriano.
¿Alguna penita por lo hecho o dejado de hacer?. “Si. Una muy grande. El año 2011 vino hasta mi taller Felipe Camiroaga, enviado por un cliente y me pidió que le confeccionara un chamanto que prometió venir a buscar el 5 de septiembre pero la muerte se lo llevó 3 días antes. Coincidencia o no, el hecho es que meses después vino un pariente suyo y se lo llevó”
Creer, Crear, Crecer
Fueron quizás estos conceptos los que impulsaron a Liliana Contreras Caicedo a formar una cooperativa de chamanteras. Ella misma, heredera de la tradición familiar aprendió a tejer siendo niña observando a su madre, decidió hace algún tiempo crear una cooperativa de tejedoras que hoy la componen alrededor de 18 personas, entre ellas, 4 hombres.
“Comencé a tejer -dice- cuando era muy chica pues mi madre y mi abuela eran chamanteras. Lo que noté con los años fue que hubo desinterés por aprender pues, por lo que escuchaba de mi madre era que se trataba de un trabajo muy agotador, mal pagado y lento y evidentemente eso no entusiasma a nadie. Por lo mismo, hace unos 35 años, formé una agrupación y empezamos a salir a vender a distintas ciudades pues antes las antiguas vendían solo aquí en Doñihue y no se mostraba en ninguna parte. Empezamos a ir a los rodeos. Así, en el año 1985 éramos alrededor de 40 artesanas”.
Sin embargo tuvo que conciliar su trabajo en los chamantos con un trabajo en una empresa, en un rubro diferente a la chamantería. Pero no fue una salida completa. Trabajaba media jornada en una empresa y la otra en casa tejiendo. Su intención entonces fue ofrecerle a las autoridades comunales que le permitieran hacer clases. “Sin embargo el alcalde de la época no quiso apoyarnos. No creyó en mi propuesta. Pero luego otro alcalde aceptó iniciar ese proyecto de capacitación”.
Entre la «industrialización» y la integración de «género»
De esa forma, entre el 2009 y el 2015 le enseñó a 108 personas. Entre ellas 5 hombres. Percibió que el principal problema era la comercialización, aunque eso es un problema de la artesanía que se repite de manera general pues en el país no se le da importancia. Otro problema que Liliana observó es que la clientela no es grande. ¿Por qué? “Porque el huaso que usa un chamanto pertenece a una clase de elite, es una persona que tiene recursos”.
El campesino menos acaudalado, por su parte, fue también objeto de su trabajo y comenzaron a elaborar principalmente mantas más económicas, usando para ello un hilo más económico (este último cuesta 10 mil pesos el cono, el otro cuesta 150 mil y viene de Francia). Lo bueno, dice, es que el importado tiene casi la misma calidad del que usaban sus madres y abuelas y que lo fabricaba una empresa chilena ya extinta llamada Cadena, de excelente calidad. ¿Hilo de seda como se cree?. “No. Es un hilo 100% algodón. Los hilos Cadena de años pasados tenían una fibra de seda y por ello muchos pensaban que los chamantos eran tejidos con seda pero tenía apenas en una sola fibra”.
Con ese grupo decidió entonces confeccionar, además de las mantas y chamantos, otros productos aprovechando la misma técnica. “Por aquella época las chamanteras eran solo personas mayores, tradicionalistas, que no aceptaron nuestras ideas”, comenta. El grupo, claro, ya se había reducido a 25 personas, con quienes comenzaron a hacer cosas chicas. Primero fueron carteras de cuero con aplicación de telar. Luego billeteras, monederos, llaveros en fin. “Nos dimos cuenta que resultaba. Era más rápido de hacer y también de vender”.
Hacia un trabajo cooperativo
Según sus cálculos considera que el promedio para la confección de un chamanto significa 180 horas de trabajo. Evidentemente esta afirmación le ha significado más de un problema porque las chamanteras antiguas le decían demorar más o menos 6 meses en tejer uno. Sin embargo, como sustenta, la mayoría de ellas debía atender las labores de casa y sólo se sentaban cuando consideraban que todo al interior del hogar funcionaba correctamente. “Eran y continúan siendo las dueñas de casa quienes primero deben atender a sus maridos e hijos además de preocuparse de sus animalitos. Cabras, gallinas, en fin, para luego dedicarle algunas horas al tejido”.
Quiso también el destino que otras autoridades creyeran en el proyecto de la cooperativa. Con recursos provenientes de concursos en los que participaron, consiguieron comprar algunos insumos y, lo más importante, entendieron que era mucho mejor trabajar juntas pues “al abrir mercados de venta estábamos todas”. “Hoy disponemos de un local comercial cedido por la municipalidad por 6 meses. Entre ellas, 4 hombres que al parecer lo van a hacer su trabajo definitivo. ¿Qué nos falta? Publicidad. Sin embargo no nos quedamos. Estamos inscritas en Sernatur, Sercotec, asociaciones gremiales que nos invitan a participar en distintas exposiciones donde podemos mostrar nuestro trabajo”.
Desde Valparaíso el trabajo de Nelly Beltrán
No. Por favor no se piense que Nelly vive en el puerto porque es hasta posible que ni siquiera conozca la capital de la región porteña. Nació, se crió, creció y vive hasta hoy en un alejado rincón de Doñihue donde ha dado vida a innumerables piezas de su arte.
Su fama (y la de su socia y hermana Ely) fueron claves para que las autoridades de la presidencia de la república le encargaran dos chamantos con los que se agasajarían a los mandatarios que en 2004 participaron de la cumbre APEC. “A nosotras nos correspondió hacer dos chamantos. Uno fue el del presidente norteamericano George Bush y el otro de la primera ministra de Australia, Julia Gillard”.
¿El de Vladimir Putin? Es tal vez el secreto mejor guardado entre las chamanteras doñihuanas. Nadie quiere hacerse responsable y menos “acusar” a la chamantera que lo tejió. “Yo creo saber quien fue pero no me siento autorizada a decirlo”, nos comenta entre risas pues, si hay un secreto de Estado inviolable, es negar la autoría de su confección.
Da para vivir tejiendo chamantos?
“En mi caso, si, pero en sociedad con mi hermana, y dependiendo de la urgencia conseguíamos hacerlo en mucho menor tiempo del acostumbrado, tejiendo sin parar hasta la 1 de la mañana. Nos turnábamos y en algunos casos los hicimos en un mes de trabajo, aunque eso significara sacrificar a nuestra madre que debía encargarse de todos los quehaceres de la casa pues no teníamos tiempo ni siquiera para ayudarla”.
Pero con el pasar de los años comenzaron a aparecer diversas enfermedades y dolores que antes no sentían, “ y por lo mismo ahora solo hacemos para clientes muy especiales pues las fuerzas ya no nos acompañan”.
Y como es habitual entre las chamanteras más antiguas, Nelly hoy casi no teje, a no ser pequeños trabajos de uso personal en donde, claro, el tejido es la parte más importante de sus billeteras, marcadores de libros y otros objetos que tienen no solo el sello de la excelencia de sus trabajos, como la palabra Doñihue destacado en sus piezas.
¿Chamantero? Si. Pero pocos
Vencer los prejuicios no suele ser una tarea fácil. Sobre todo en localidades campesinas como Doñihue y donde el trabajo artesanal, sobre todo el tejido es considerado “cosa de mujer”. Sin embargo los ejemplos de Guillermo Campos, esposo de Liliana, Rigoberto, hermano de Julia Peralta y tío de Daniela y otros, demuestran que ya en el siglo XXI los prejuicios se baten en franca retirada.
Sin embargo y evidentemente por un exceso de modestia, Francisco, uno de los buenos chamanteros nos relata también su experiencia en el mundo de la chamantería pues es uno de los pocos que se mantuvo hasta sus casi 70 años tejiendo chamantos y mantas para una clientela exclusiva y exigente.
No recuerda cuantas piezas hizo en su larga permanencia frente al telar pues debía conjugar en perfecta armonía su pasión por el tejido paralelamente con su trabajo de funcionario público donde estuvo 50 años y 8 meses sin faltar un solo día a sus funciones, lo que le significaba dedicarle tiempo al telar solo cuando retornaba a su casa.
Comenzó a tejer a los 10 años. Su madre le hizo un telar chico y sus primeros trabajos fueron cinturones y otros aparatos similares que se colocaban en los caballos.
El difícil arte de «amansar los hilos»
Explica que la dificultad en el chamanto es superior a la manta pues hay que ir tejiendo y no cometer errores. Uno de los más frecuentes, es el aparecimiento de un mellizo, o sea, dos hilos montados. Por lo mismo es necesario que las hebras vayan bien pasadas, “que no quede ninguna atrás para que el tejido quede parejito”, explica.
“Luego hay que ir dibujando con los dedos. Por eso la importancia de las uñas que son las que se utilizan para contar las hebras. No sirve usar la yema de los dedos pues suelen pasarse algunas de ellas”. En su caso, antes de colocar las manos en el hilo, Francisco urde su chamanto. Esto significa sentarse en el telar, mirar las columnas, hacer un bosquejo mental e iniciar el tejido.
¿Prejuicio por causa de ser hombre? Muchos, claro. “Pero la comercialización es hecha por los varones, quienes venden también son hombres. Pero si un hombre (hace algunos años) decía que tejía chamantos, no era bien visto”.
¿Chamantos chinos? ¿En serio?
Recordarle a Francisco que hoy se pueden adquirir chamantos chinos le provoca risas y también rabia. “Es comprensible que los adquieran personas que no tienen recursos pero de ahí a colocarse uno de esos, es simplemente patético. No quiero imaginar qué podría pasar si se les moja pues son pintados y francamente horrorosos”.
Lo que si notan algunas es el temor de algunas chamanteras a perder la pega o perder clientes. Pareciera no existir envidia ni desconfianza, “aunque hay muchas que no enseñan, a no ser a familiares y cuando no, enseñan la mitad del trabajo. Y para que resulte, la alumna o alumno debe aprender a urdir, a colocar los hilos. O sea, el trabajo previo a sentarse y tejer.
Consideraciones finales
Doñihue, a pesar de todo, continúa siendo la cuna de los auténticos chamantos. Se sabe de otros, fabricados fuera del pueblo. Son, por ejemplo, los chamantos segovianos de Santiago, que son pintados, impresos, los de Lo Abarca, que son como bordados. “Es una tremenda falta de respeto porque no solo es hecho por una máquina, sino que son de una vulgaridad extrema”, comenta Daniela. Lamentablemente hay muchos que los prefieren pero lo hacen solamente por el precio.
Las chamanteras o más bien el oficio de la chamantería ha sido galardonado nacionalmente con el Sello de Excelencia e internacionalmente reconocido por la Unesco, hechos poco conocidos por los propios doñihuanos y que a juicio de las tejedoras “es un reconocimiento merecido por los años que hemos dedicado al oficio”. Y si para algunos historiadores su origen proviene de una prenda incaica adaptada, hoy nadie duda que si algo destaca en la cultura nacional e identifica a Doñihue, más que el chacolí o el aguardiente, es precisamente el chamanto.
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Nota gentileza y autorización de Revista Quinchamalí de la Universidad del BíoBío y de su autor el periodista y columnista de Está Pasando Tebni Pino Saavedra