Cada 31 de diciembre, cuando el reloj se acerca a la medianoche, algo cambia. Personas que durante el año se declaran “cero supersticiosas” sacan maletas a la puerta, cuentan uvas, eligen cuidadosamente el color de su ropa interior o esconden billetes en los zapatos. ¿La razón? Las cábalas de Año Nuevo, esos rituales que mezclan tradición, esperanza y un poquito de magia.
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Pero, ¿de dónde vienen estas costumbres que se repiten generación tras generación?
EL ORIGEN
Aunque hoy se asocian al Año Nuevo moderno, muchas cábalas tienen raíces ancestrales. En distintas culturas, el cambio de ciclo siempre fue visto como un momento poderoso, ideal para atraer buena suerte y alejar lo malo.
En la antigua Roma, el inicio del año era una oportunidad para hacer ofrendas y rituales que aseguraran prosperidad.
En Europa medieval, se creía que lo que se hacía en la primera noche del año marcaba el destino de los meses siguientes.
En América Latina, las tradiciones indígenas se mezclaron con creencias europeas, dando origen a rituales que hoy siguen más vivos que nunca.
CÁBALAS MÁS POPULARES
Algunas de las más repetidas cada fin de año tienen explicaciones tan simbólicas como curiosas:
Dar la vuelta a la manzana con una maleta: representa el deseo de viajar y abrir caminos nuevos.
Comer 12 uvas: una por cada mes del año, pidiendo un deseo en cada campanada.
Usar ropa interior de colores: amarillo para la abundancia, rojo para el amor, blanco para la paz.
Lentejas o dinero en los bolsillos: símbolos universales de prosperidad y estabilidad económica.
Más que “asegurar” resultados, estos rituales funcionan como una forma de proyectar intenciones.
TRADICIÓN
Las cábalas tienen un efecto real, aunque no mágico: ayudan a reducir la ansiedad, generan optimismo y entregan una sensación de control frente a lo incierto que trae un nuevo año.
En el fondo, no se trata de creer ciegamente, sino de comenzar el año con esperanza.
Porque quizás no sabemos qué traerán los próximos 12 meses, pero si hay algo claro es que, cuando el calendario cambia, siempre queremos partir con el pie derecho… aunque sea con una maleta en la mano y uvas en la boca.







