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Entrevista a Tito Palacios, escritor del Fortín Mapocho: «Un periodismo de trinchera»

Antonia Mundaca

Gilberto “Tito” Palacios, fue periodista en el Fortín Mapocho por al menos 8 años. Su paso por el medio de oposición estuvo marcado por detenciones, muertes, marchas, reportajes y aprendizajes. Hoy esos aprendizajes los lleva a su familia: “Esa es mi forma de hacer política que creo que hay que volver a achicarse y partir de nuevo”.

Para el 11 de septiembre de 1973, Gilberto “Tito” Palacios tenía 13 años y una militancia en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que lo mantuvo entusiasta hasta el 13 del mismo mes. Se dirigió a su liceo Darío Salas “a ver que se podía hacer”: no había nadie. 

Sus pasos lo guiaron al negocio en el que trabajaba uno de los “muchachos del MIR y me dijo ‘compañero usted es muy chico, váyase para la casa’”. 

Un año más tarde, Tito se fue preso por participar de una actividad en la escuela de artes y oficios en lo que era la Universidad Técnica: “Detuvieron a dos o tres compañeros y desapareció un profesor del colegio, Arturo Barria, que fue profesor de música”. 

El tiempo pasó y en el año 76 Palacios entró a la Jota, “cuando estaba saliendo todo el mundo a mí se me ocurrió entrar”, recuerda entre risas.

Mientras estudiaba periodismo en la Universidad de Chile, el ahora comunista, inició los primeros trabajos que lo llevarían a trabajar en el Fortín Mapocho. 

SUS AÑOS EN EL FORTÍN

Cuando El Fortín Mapocho empezó a ser un semanario, Tito Palacios entró como voluntario.

Inició como fotógrafo: “Yo había dicho que nunca iba a escribir porque creía que la fotografía era lo único que podía mostrar la realidad”. Por cada fotografía publicada le daban un pago simbólico que se iba en micro y cigarrillos. 

Con el tiempo, Jorge Donoso le pidió escribir “y ahí empecé a escribir, y bueno, de ahí en adelante fue muy poco y nada la fotografía que hice”. 

El 7 de septiembre de 1984, Tito  fue a la población La Victoria junto a otros periodistas chilenos y extranjeros. A las 18.00-18.30 de la tarde “llegaron los pacos y me había quedado solo en una esquina donde había unas barricadas”. Dándose cuenta de su peligrosa situación, corrió “hacía la casa de los curas y ahí fue uno de los pacos que me empezó a disparar y una de esas balas le llegó a André Jarlan” y mató al querido sacerdote André Jarlan.

A esa altura El Fortín Mapocho ya era un diario con un trabajo “más normal”. Trabajó con Mario Gómez López quien “como buen viejo se levantaba temprano y yo como buen joven me levantaba muy tarde”, por lo que a Palacios le tocaba hacer “las notas de color” en los reportajes. 

Luego trabajó con Paula Chaín “y con ella nos pusimos ya a hacer una investigación un poco más profundas”, como fue la serie que hicieron con el Comando Conjunto. 

“Y así fue pasando el tiempo hasta que finalmente llegara la democracia”. 

DETENIDO

Pero en el intertanto que llegaba la democracia, la falta de libertad de prensa y las persecuciones a los militantes de izquierda se sintieron: “Me detuvieron… Debe haber sido unas 5-6 veces”. 

A veces eran horas, como cuando lo detuvieron en la Población Yungay o en Gran Avenida “allá por el paradero 30 y tanto cerca del Parque que no me acuerdo como se llamaba”. 

Una vez estuvo meses, luego de que el gobierno se querelló en su contra por haber publicado un reportaje sobre el servicio militar en el que un entrevistado le dijo que con el servicio aprendió a robar. Estuvo primero en la penitenciaría, “después en una cárcel que se llamaba Capuchinos que quedaba en el centro de Santiago. Era menos cárcel, pero era igual, digamos, era igual preso”. 

Otras veces sus detenciones duraron semanas, como cuando estuvo 15 días en la Primera Comisaría. “A propósito de Jarlan, yo declaré contra los pacos, porque los pacos me detuvieron en la población sin que ellos supieran que el cura estaba muerto”, allí Tito Palacios pudo ver “al capitán de la patrulla, vi cuántos eran los furgones, qué números tenían, en fin”, información que usó para luego declarar en juicio. 

Un año después “los pacos me detuvieron. Y me tuvieron 15 días en la primera comisaría y estuve solo, sin ninguna acusación, simplemente estaba detenido porque se podían dar esos lujos”. Allí lo mantuvieron encerrado, solo en el gimnasio y a la hora de almuerzo  cuando llegaban los pacos de ronda con los perros, a mí me sentaban al medio de la cancha y me ponían quince perros alrededor mío No me hacían nada, pero tener 15 perros policiales alrededor tuyo…”.

Allí también pasó el terremoto de 1985  “cuando empezó a moverse todo el techo, se cayó parte del frontis de la comisaría, el cabro (el carabinero de turno que estaba vigilándolo) este que debió ser muy jovencito, más joven que yo, yo creo, me tomó y me cubrió la cabeza y me dijo, yo tengo el deber de protegerte, acompáñame”. 

Luego en el gimnasio “se metieron como 20 pacos gritando al gimnasio: Y va caer, y va caer”, dijo riéndose. “Era una cosa muy loca, muy loca”. 

PERIODISMO DE TRINCHERA

Las detenciones eran un poco parte de lo esperado en el periodismo “de trinchera y muy de la calle” que era el Fortín Mapocho.

“Además muy popular”. Algo que Tito pudo evidenciar cuando en la última página del Fortín, salió la columna “El Fortín de la cuadra”, que narraba la historia de la cuadra de una población que juntaba la plata y compraba el periódico en la mañana “y luego pasaba por todas las casas. Entonces, un solo diario lo leían no sé, 30-40 personas en el día porque no tenían plata para más”. 

El lenguaje también marcaba una diferencia con el resto “eso permitía que tuviéramos una llegada mucho más directa con la gente”. Algo que se hizo evidente con la llegada del “Gato Gamboa a trabajar como director del Fortín Mapocho”. De él salieron los clásicos “Corrió solo llegó segundo” y “Le ganamos la batalla con el lápiz”. 

UNA RESPONSABILIDAD

Pero la batalla fue muy dura y frente a eso, muchas veces llegaba a la cabeza un potente ¿Para qué? Pero Tito lo tenía claro: “Era un deber, un deber político estar allí”. 

El Fortín era un medio de izquierda con un gran porcentaje de integrantes que militaba. “Había que hacerlo. Había que hacerlo, no quedaba de otra”. 

Y era difícil. No les pagaban las cotizaciones previsionales “los sueldos llegaban cuando querían, o cuando llegaba era plata de afuera”. 

Pero no era un sacrificio: “Había que estar allí porque eso era lo que había que hacer. Esa era la forma de pelear por la democracia”.

Y hoy, para Tito las formas de pelear por la democracia son distintas. Él nunca había votado hasta las últimas presidenciales, cuando las opciones en la papeleta eran la ultraderecha y el Frente Amplio. 

Luego votó para el plebiscito de la Nueva Constitución. Antes no lo había hecho porque “para el Plebiscito del 88 yo dije no po’, no voy a votar porque esto no era lo que yo quiero. No estábamos peleando para esto y de ahí decidí que no iba a votar nunca en mi vida”. 

“Yo lo que definí es que mi forma de hacer política es ayudar a mi familia, ojalá darle los mejores valores a los hijos, nietos. Esa es mi forma de hacer política que creo que hay que volver a achicarse y partir de nuevo. No sé si algún día resulte algo, pero partir de nuevo”.

MEMORIA

Y partir de nuevo, teniendo en cuenta el pasado. Teniendo en cuenta sobre todo los fallecimientos, detenidos desaparecidos y ejecuciones políticas: “Fueron muchas las muertes que ocurrieron en ese tiempo y eso te marcaba mucho”. 

Una de las cosas que más marcó a Tito fue la muerte de Ariel Antonioletti “Él era un chiquillo jovencito, dirigente de la educación media y bueno, él se metió al Movimiento Juvenil Lautaro”. Muchas veces llegó a la casa de Palacios allí, “lo atendíamos, lo cuidábamos, lo recuperábamos, volvía a irse, sabía de él un par de meses después”, hasta que lo mataron. 

“Eso era lo más duro. Siempre te iban a matar a alguien. A ti también, pero de alguna manera había una entre comillas protección mínima a los periodistas que igual era una fantasía que uno tenía porque al Pepe Carrasco de Análisis lo mataron igual”. 

Durante la dictadura militar  en Chile había “una cultura de la muerte”. Cuando Tito iba a las manifestaciones “mataban a un cabro, ibas a otro lugar,  mataron a tal, mataron a Pedro, mataron a José, mataron a Manuel, mataron, en fin. Siempre había alguien a quien habían matado”. 

“Y esa cuestión era muy dura, muy dura. Es una cosa a la que uno no puede acostumbrarse jamás”. 

Hoy, 50 años después, no nos podemos acostumbrar a lo que pasó en esos años tampoco. 

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