Empecinamiento fatal
Aunque no hay manera de creer que Nicolás Maduro ganara las pasadas elecciones venezolanas, conviene mantener la prudencia.
Ya pasó una vez con Juan Guaidó, el “presidente encargado” que tuvo un gran reconocimiento internacional… sin llegar al palacio de Miraflores en Caracas, la sede del gobierno.
El camino correcto
Es lo que han sostenido el presidente Gabriel Boric y el canciller Van Klaveren pese al griterío de algunos sectores.
El interés de Chile se ha impuesto en estos días de confusión provocados por el empecinamiento de la dictadura “bolivariana”. (Es, por cierto, un mal servicio el que se hace a la memoria de Simón Bolívar al apoderarse de su legado).
Como hemos dicho en los comentarios que se publican en esta misma edición, la historia muestra que no hay mal, ni dictadura, que dure cien años.
Pero a veces tarda.
En ocasiones, un régimen de fuerza puede terminar siendo reemplazado por otro peor.
Para los chilenos estos días nos han entregado un valioso recuerdo: cómo recuperamos la democracia “con un lápiz y un papel”.
No fue fácil y en el camino hubo empeños heroicos que terminaron trágicamente. La vía violenta, nos dice la historia de Chile y muchos otros países, es una mala opción.
Así lo pensaban los venezolanos.
Contra todos los obstáculos impuestos por la dictadura, persistieron en que su voto era la manera más adecuada de terminar con el régimen de Maduro.
Pero esa opción, para tener éxito requiere que se respeten las reglas del juego. En Venezuela fueron los acuerdos firmados en Barbados y dejados brutalmente de lado. En Chile, en cambio, las fuerzas armadas se apegaron a los requerimientos básicos del juego democrático y así quedó en evidencia desde la noche misma del plebiscito.
En esta materia no hay fórmulas mágicas. Lo que resultó en nuestro país pudo haber funcionado en Venezuela.
Allá, igual que aquí, hubo dirigentes políticos empeñados en enrielar el proceso por la vía democrática.
Es posible que todavía sea posible. Pero la transición pacífica se ha hecho cada día menos factible. Y para recuperarla no es suficiente la presión internacional.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo 2015