Política

Víctor Maldonado R.: A un actor nuevo le puede fallar todo, excepto la cabeza

Víctor Maldonado R. Sociólogo

Licenciado en Sociología y Magíster en Ciencias Políticas, ambas de la Universidad de Chile.

Será falta de información, pero no recuerdo un caso como el de Amarillos, en el que un presidente recién nominado entre en conflicto con el secretario nacional, logre su salida, sólo para acompañarlo en la renuncia pocos días después.

Esto sería un contratiempo en un partido consolidado, pero es más impactante en una tienda en formación, donde los códigos se están estableciendo.

Los afectados respondieron como lo habían hecho con la anterior renuncia, quitándole dramatismo. Una organización nueva está expuesta a estas situaciones y no sería señal de una fractura interna profunda ni mucho menos.

Este tipo de explicaciones van perdiendo efectividad en la medida en que se repiten. Es mejor plantearse, en este y en otros casos, las características que deben tener los liderazgos partidarios, que no son las mismas que requieren las figuras públicas que se proyectan como líderes nacionales.

A veces se forma un partido con el expreso propósito de dar sustento a una candidatura presidencial. Si es así, da lo mismo la distribución de roles. Importa para quién se trabaja, que siempre resulta ser la misma persona.

Los que adhieren a un proyecto personal saben las reglas del juego y están de acuerdo en esta subordinación que ata, de manera indisoluble, la suerte de todos al que está a la cabeza. El partido mismo es una apuesta dirigida a alcanzar el poder y el destino común es una flecha que ha de dar en la diana antes de iniciar el inevitable descenso en la trayectoria.

Estas organizaciones no llegan ni por asomo a su cumpleaños número 20 porque (salvo que se parta muy joven) nadie tiene tanta paciencia como para intentar hasta el infinito llegar a la presidencia, ni los demás la paciencia como para esperar a que llegue. Son organizaciones en tránsito hacia el poder, la nada o un desvío en el camino que sorprendería a sus propios fundadores.

Si un partido se propone renovar la forma usual de hacer política, tiene que nacer para perdurar porque los grandes propósitos requieren de tiempo para madurar. No parece consistente con este propósito partir acumulando tropiezos.

La presidencia partidaria cumple un papel clave, que tiene que ser identificado desde el principio. La forma en que se escoge dice mucho sobre lo que viene.

Un conductor partidario es un promotor del liderazgo colectivo, un especialista en proyectar a las mejores figuras y a la organización en el territorio, dotar al conjunto de un proyecto nacional y dar sentido de cuerpo a la militancia.

Ojalá tenga prestigio nacional, ojalá sea un buen comunicador, ideal que aporte ideas originales, sería maravilloso que fuera un ejemplo inspirador. Lo que no puede dejar de ser es el constructor de una organización viva y pujante. Eso es aquello en lo que no tiene reemplazo y en lo que no puede fallar.

Las teclas que debe tocar son todas aquellas que fortalecen al partido, si no lo logra, lo más probable es que no tenga dedos para este tipo de piano.

En el centro político los líderes de partido han de tener otra característica: ser capaces de confluir con otros para, juntos, y siendo cada uno lo que es, sumar fuerzas suficientes para relacionarse con conglomerados ya establecidos en ambos lados del espectro. Si no pueden, mejor que ni lo intenten.

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