En una docena de años, una generación estudiantil pasó de las manifestaciones callejeras a La Moneda. No es la primera vez que un movimiento juvenil se hace espacio en el mundo político en medio de una gran efervescencia y con gran rapidez.
La vitalidad y energía demostrada ha sido notable y digna de estudio, pero una parte que debiera llamar también la atención es el no menos rápido retiro de la primera línea de las generaciones anteriores.
Más que una transición paulatina, como había sido el paso de la dictadura a la democracia, lo que se presenció fue un súbito eclipse de los demás actores. Fue como si hubieran sido tomados en falta y sus propuestas junto a sus convicciones hubieran quedado como cosas del pasado en un corto lapso.
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Se señala mucho, como una de las características de los recién llegados, la soberbia con la que actúan. Pero durante una década, fue el comportamiento de los demás actores lo que terminó por convencerlos de que los otros no estaban siendo capaces de sostenerse en méritos de los que ellos mismos dudaban.
Si todos te dicen que tienes la razón y que eres lo máximo, al final te lo terminas creyendo. ¡No puede haber tanta gente equivocada!
Resultaba que los líderes de la otrora Concertación parecieron cansarse de su propio éxito y, al final, nada de lo que se conseguía mediante reformas continuas parecía suficiente. Si los padres abandonan la conducta responsable y, en edad avanzada, empiezan a añorar la adolescencia, entonces ya no hay conductores a los cuales reemplazar, sin un vacío que llenar.
Una capa dirigencial renegó de sus propias obras cuando más aplausos conseguía fuera de casa. Por esto, a las nuevas generaciones no se les entregó un aprendizaje más largo, que hiciera más esforzado su encumbramiento. No tuvieron la oportunidad de ganar más experiencia superando resistencias y derrotas. Solo conocieron el éxito y de eso pocos se logran recuperar.
Lo que fue el ascenso continuo de la generación universitaria de este siglo, va en paralelo con la actitud claudicante y timorata de la anterior. La bandera más enarbolada ha sido la blanca de la rendición preventiva.
Si se rememoran las escenas de la anterior campaña presidencial, veremos episodios pocos edificantes. La excepción más importante de los últimos años fue el acuerdo alcanzado tras el estallido social y que dio paso al proceso constituyente. Este ejemplo no tuvo continuidad.
Preguntémonos cuánto han cambiado los propensos a la autodescalificación. ¿Tienen ahora un mejor desempeño político? Sería difícil defender algo así. La ciudadanía está cada vez más convencida del desprestigio de la clase política y la conducta más frecuente en el parlamento no desmiente esta mala opinión.
El concurso por el recambio de las figuras en el mundo político de la centroizquierda está abierto. Tienen que asumir los primeros puestos los que no se disculpen por saber construir ni por buscar acuerdos ni por querer reformas. A las nuevas generaciones se les hace responsables de las faltas que les inculcaron sus mayores. Si queremos enmendar, no miremos a Boric, sino al pedestal sobre el que se levantó. Veremos muchos rostros conocidos haciéndose los lesos.