Opinión

El 11 de septiembre de 1973, yo tenia 12 años

Santiago, Chile.

María Victoria Corvalán Castillo. Periodista. Magister en Comunicaciones.

Periodista. Magister en Comunicaciones, con amplia experiencia en medios nacionales e internacionales

A las seis y media de la mañana sonó el teléfono, avisaban de la sublevación de la marina, que el golpe de Estado estaba en marcha.

Nos despertamos todos por la llamada. Mis padres nos contaron lo que sucedía, y nos dijeron que deberíamos abandonar la casa y fondearnos por un tiempo. Nos abrazamos.  Mi madre señalo quien iba a qué casa y repartió unas llaves. Ellos habían vivido la dictadura de Ibáñez.

Era un martes, en la cuadra de mi casa de la calle Bremen se ponía una feria, así es que mi hermana Viviana me dijo que pusiera un par de mudas en un canasto para no llamar la atención. Ella hizo lo propio. Así fue como salimos caminando un par de cuadras hasta llegar a casa de una prima. Allí escuchamos el ultimo discurso del presidente Allende casi pegadas a la radio, ya que nadie podía saber que estábamos allí. Mi prima y su marido salían temprano a trabajar y llegaban en la tarde. A los pocos días llego mi mama, y tuvimos que buscar otro lugar.

Con mi mama estuvimos unos días en un local y fábrica de colchones en Irarrázaval, teníamos que estar todo el día en un closet, porque la cuñada del compañero estaba feliz con el golpe de Estado, y se dedicaba a llamar y denunciar a diestra y siniestra.

Mi hermana Lili encontró refugio en casa de una compañera de curso de la Escuela de Ingeniería de la U. de Chile. Su padre era juez.

Nos enteramos de la detención de mi hermano Luis Alberto y su esposa Ruth Vuskovic. De su hijo Diego de seis meses, supimos muchos meses después.

Así es como llegamos Viviana y yo, a la casa de una amiga de ella en la Comuna de Providencia. Allí nos recibieron con mucho cariño, eran personas sin militancia política, muy humanas y solidarias.  A Vivian, la madre -yo le decía “tía Adriana”-, sus dos hijas, y una nana.

Yo esperaba todas las tardes que llegara la tía Adriana, ella me había regalado un álbum, y cada día me traía de regalo unos sobres con monitos, y juntas los pegábamos. Por las noches me arropaba, y en una ocasión porque me oyó decir que yo esperaba que no mataran a mi papá. Me invitó a rezar con ella para pedirle a Dios.

El 21 de septiembre mi madre y Viviana estaban de cumpleaños.  Tocaron el timbre del departamento a las 7 de la mañana, y al abrir, en el suelo había una mitad de torta con una nota que decía: “Viviana: Felicidades en tus 18 años. Tu padre”.

La otra mitad de la torta la recibió mi madre. Ahí supimos que estaba vivo.

El 26 de septiembre del 73, fue detenido mi padre. Al otro día regresamos a nuestra casa. Mi familia siempre ha sido achoclonada, mi padre decía que éramos su retaguardia. Mi madre comenzó a averiguar donde se encontraba. Nuestras madres, abuelas, hermanas fueron las primeras en exigir justicia, luchar por la vida de sus seres queridos.

Así fue como supimos que estaba en la Escuela de Infantería de San Bernardo. Mi madre movió cielo y tierra exigiendo poder verlo. Y fue en la Escuela Militar donde pudimos tener una corta visita. Así empezó el recorrido por varios campos de concentración de detenidos por motivos políticos. “Tres Álamos”, “Ritoque” e “Isla Dawson”. Estuvo tres años y medio preso.

Gracias a la tía Adriana que tenía un televisor pequeño con una radio con onda corta, mi padre y sus compañeros de cautiverio pudieron escuchar la “Radio Moscú” y saber de la gran campaña de solidaridad con Chile y por la libertad de los presos políticos de la dictadura de Pinochet.

Volví a la Escuela a finales de septiembre, todos mis compañeros de curso se alegraron de verme. Cursaba sexto básico, y éramos compañeros de curso desde primero. En 1976 viajé al exilio junto a mi hermana Viviana, y mi tía Irma, hermana de mi madre.

En octubre del setenta y tres, un día mi madre llego con su nieto Diego de ocho meses, quién se salvó gracias a la solidaridad de los vecinos, quienes al ver que se llevaban detenidos a su madre, y sus familiares, no dudaron en ir a rescatarlo.  Luis Alberto y Ruth, estaban detenidos en el Estadio Nacional.

Mi hermano Luis Alberto, estuvo detenido en el Estadio Nacional, Chacabuco y tres Álamos. Salió en libertad y tuvo que irse del país, allí trabajo en la campaña de denuncia, gracias a su testimonio ante la Comisión de DDHH de las naciones Unidas, se han esclarecidos muchas causas de detención y desaparición.

En el Estadio Nacional sufrió bestiales torturas, lo que desencadenó su muerte en octubre de 1975 a los 27 años. Es uno de los tantos casos del Informe Rettig.

Mi padre Don Luis Corvalán Lepe, fue liberado y canjeado por el disidente ruso Vladimir Bukowski en diciembre del 76 en la ciudad de Zúrich. Nos reencontramos con él  y mi mamá en la Unión Soviética. Retornó a Chile, a la clandestinidad en 1983.

Pero esa, es otra historia…

 

 

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