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Incendios: Cambia, nada cambia

Andrea Bostelmann

Los damnificados del gran incendio que afectó a Viña del Mar, Quilpué y Villa Alemana enfrentaron diversas dificultades tras las recientes lluvias en la región de Valparaíso.
Años de promesas y palabras bonitas nos tienen a merced de las chispas, el viento y las llamas.

El lunes cuando -ojalá- los incendios que asolan a la región de Valparaíso estén relativamente controlados, todos seremos generales después de la batalla.

Y rasgaremos vestiduras porque “cómo es posible que no hayamos aprendido nada”, que “esto pasa todos los años”, que “advirtieron que podría pasar” y “nadie hizo nada”.

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Y es cierto. Pasa todos los años. Y no se ha hecho nada. O muy poco.

El horror de este fin de semana desnudó la indolencia y la indefensión. El horror.

Y la falta de políticas de Estado. De este gobierno y los anteriores.

HASTA EL CANSANCIO

Se repiten como mantras:

No se debe construir en quebradas. Pero se construye.

Hay que evitar el hacinamiento, porque cualquier chispa se convierte en una cascada de fuego. Pero las tomas se multiplican y se concentran.

Se deben construir cortafuegos. Pero no se construyen.

El calor extremo favorece la ocurrencia de grandes incendios y hay que tomar precauciones. Y no se toman.

Se deben evitar los bosques de monocultivos de especies no nativas como pinos y eucaliptos, porque prenden como pasto seco y se pueden propagar fácilmente a zonas pobladas. Y así ocurre.

El bosque nativo es más resistente a los incendios. Es de crecimiento lento y, por ende, mal negocio.

Esos y otros más que ya ni escuchamos, porque se van transformado en declaraciones vacías.

¿Y entonces?

40 AÑOS ATRASADOS

Hace siete años el experto en emergencias Michel De L’Herbe advertía en The Clinic: ““El modelo de Gestión de Emergencia chileno está por lo menos 40 años atrasado, entre ellos el que se utiliza para enfrentar los incendios”.

“Esto, de acuerdo a realidades internacionales, donde se puede ver que nuestro sistema es fragmentado cuando los más modernos son integrados”, sostuvo.

Aludía a la falta de coordinación entre los estamentos que concurren a su prevención y combate, donde “cada organización trabaja de forma independiente y sin coordinar las debidas responsabilidades con las demás organizaciones”.

“Acá no se trata de que la Onemi se cambie a Senapred. Este contexto de altas temperaturas, fuertes vientos, viene ocurriendo desde la semana pasada. Fue advertido y no se hizo nada”, dijo ahora De L’Herbe en el contexto actual a Emol.

“Senapred es un cuerpo colegiado, que coordina, y lo que se requiere es un mando fuerte, con capacidad de resolución expedita. Estructura y gestión son dos de los principales déficits de nuestra institucionalidad», recalcó.

EL DIAGNÓSTICO ESTÁ HECHO

En 2020 el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2) publicó un informe a propósito de los megaincendios de 2017, que destruyeron 600 mil hectáreas de bosque y dejaron el mortal recuerdo del pueblo de Santa Olga arrasado por las llamas.

En él se explicó que cerca del 60% de los incendios se originan en áreas de interfaz urbano-rural, y en los últimos años estas zonas han aumentado debido al crecimiento poblacional y la expansión urbana.

Uno de los capítulos fue escrito por el actual ministro de Justicia, Luis Cordero, que sostenía que “es urgente analizar la política pública en materia de incendios desde la perspectiva del diseño de los denominados ‘paisajes resilientes’, es decir, una planificación territorial global que permita abordar riesgos de un modo adaptativo, reduciendo la homogeneidad del paisaje”.

Agregaba que “esto incidiría en la gestión de la propiedad no solo desde el punto de vista urbanístico, sino también de otras actividades, como la regulación de plantaciones forestales en el contexto de un ordenamiento territorial general”.

MAYOR GESTIÓN Y RESILIENCIA

“Avanzar en paisajes más heterogéneos, multifuncionales que puedan acomodar un mosaico de diversas actividades socioeconómicas integradas, complementarias, fortaleciendo el desarrollo local, su identidad y cultura, es un camino que ofrecerá mayor resiliencia a los sistemas socioecológicos de esos territorios», recomendó en ese entonces Mauro González, académico de la Universidad Austral, en Diario Financiero.

Añadía: “Dado el gran impacto de los incendios en las zonas de contacto entre vegetación e infraestructura humana, es necesaria una mayor gestión y regulación en ese ámbito, de manera de implementar más extensamente los protocolos técnicos para la reducción de combustible en esas áreas y definir aspectos regulatorios asociados a la expansión urbana y parcelamiento”.

¿y?

Nada.

Las cosas, lejos de mejorar, han empeorado.

En años pasados el fuego borró pueblos enteros. Este, amenazó y arrasó en sectores de ciudades en el área de Viña del Mar.

Lo decía el Presidente Gabriel Boric cuando se contabilizaban 62 muertos: “Es la tragedia más grande que hemos tenido desde el terremoto de 2010″.

Para contextualizar, con el sismo de magnitud 8,8, seguido de un tsunami, hubo más de 500 fallecidos.

Y todavía queda bastante verano por delante.

Y, ojo, la de Viña es la situación más escandalosamente fuerte que está sucediendo.

Pero en otras partes de Chile se viven situaciones igualmente demoledoras.

¿FALTA ESTADO?

«Durante años se ha sabido de muchos riesgos, pero ha habido pocas acciones concretas por parte de las autoridades”, comentó a Emol Marcelo Mena, académico de Ingeniería Bioquímica de la Universidad Católica de Valparaíso y exministro del Medio Ambiente (2017-2018).

A su juicio, falta un fortalecimiento de las instituciones y un mayor gasto en la prevención de riesgos. Queda mucha destrucción y las personas siguen repoblando áreas peligrosas».

Agregó que «ha sido muy difícil evitar que situaciones como esas se repitan en comunas como Valparaíso y aledañas» y que «aquí también hay criterios de riesgo climático. Los gobiernos regionales no se han hecho cargo, por ejemplo, del déficit de planos reguladores, y las nuevas autoridades no los han actualizado».

«NO SE APRENDIÓ»

Lapidario, Miguel Castillo, académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Chile, planteó que «no se aprendió mucho de las lecciones de 2014. Hay que perfeccionar los procedimientos de primera respuesta. También hay debilidad de las ordenanzas de urbanismo y construcción, de organismos que entregan y concesionan obras en lugares donde se considera seriamente el peligro de incendio forestal».

Por su parte, Luis Toledo, máster en Protección Civil y Gestión de Emergencias de la Universidad de Valencia, recalcó que “el repoblamiento de zonas quemadas y de alto riesgo, junto a la ausencia de medidas preventivas y la falta de construcción de cortafuegos defensivos en la cercanía de zonas pobladas, deben ser analizados».

MIENTRAS, LA GENTE ESPERA

Las súplicas por ayuda parten el alma hasta del más duro.

Tanto sufrimiento no se puede ni describir.

Pasado el fuego, claman por agua, por comida, por vigilancia para lo casi nada que se salvó, porque tienen la certeza de que se lo pueden robar. Por abrigo para la noche fría de la región de Valparaíso.

Por recoger los cuerpos muertos de sus seres queridos, de sus vecinos, de sus conocidos.

Por poder enterrar a su gente.

Ni hablar de recuperar sus casas, sus recuerdos, sus vidas.

Por sentir que la solidaridad está muy bien, pero que son sus autoridades las que los abrazan en su momento más amargo y que les dicen que no están ni estarán solos.

Y que esta vez les aseguren que el Estado, las autoridades, los políticos de lado y lado, pondrá fin a décadas de desidia y esta vez sí harán lo humano y lo divino para que tanto dolor no se repita.

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