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«La Lógica del Escorpión» y de la resiliencia charlysta

José Miguel Ortiz.

La primera vez que ví a Charly García fue en un recital Free Concert en la Tortuga de Talcahuano, en marzo de 1986. «García bombardea con buenas ideas a la juventud», tituló sobriamente el diario El Sur de Concepción.

La primera vez que vi a Charly García fue en un recital Free Concert en la Tortuga de Talcahuano, en marzo de 1986. «García bombardea con buenas ideas a la juventud», tituló sobriamente el diario El Sur de Concepción. En esa oportunidad la telonera fue Celeste Carvallo, una de las tantas Salieris de Charly. Toda una generación de músicos reconoce en él un referente y apoyo para sus respectivas carreras.

Lo cierto es que si Carlos Alberto García Moreno hubiera nacido en Inglaterra o Estados Unidos, al menos habría sido postulado al Premio Nobel de Literatura, porque las letras de sus canciones nos han  orientado, nos han hecho emocionarnos y reflexionar. En fin, han sido nuestra banda sonora, traspasando generaciones y países.

Y la última vez que lo escuche fue en el Movistar Arena del Parque O»higgins, con «La Torre de Tesla», se trató de un concierto de gran factura, sobrio, con buen sonido y con una interpretación de algunos clásicos a gran altura. Cerró con himnos como; Ojos de Video Tape, Piano Bar, Cerca de la Revolución, Total Interferencia, Promesas sobre el Bidet e Inconsciente Colectivo. Es decir, salimos con la sensación de haber estado con un genio que, pese a todo, se mostraba incombustible.

LA LÓGICA DEL ESCORPIÓN

El decimocuarto disco de estudio de la leyenda del rock argentino es un triunfo de su voluntad, su creatividad, su resiliencia y su talento permanente.
FOTO: NORA LEZANO

El sólo hecho que Charly García en 2024 haya conseguido editar un disco como La Lógica del Escorpión, el decimocuarto de estudio como solista, en una lista de más de cincuenta, es, por cierto, un triunfo del espíritu. De su voluntad, su resiliencia, su creatividad y su talento inagotable. Un disco que, a diferencia de otros artistas de rock crepusculares, desde Lou Reed hasta Leonard Cohen, no necesita enfrentar las paradojas del transcurso del tiempo, sino que transmite un mensaje vital, hasta podríamos decir alegre y vital, al igual que lo hiciera en momentos claves de su carrera. Como por ejemplo, el “No te dejes desanimar” de La Máquina de Hacer Pájaros, en plena dictadura militar.
Se trata del Charly actual empapado por el Charly de siempre, sumando una perla tardía a su gran discografía. García nos lleva de paseo por su historia, que es la nuestra, en un recorrido pleno de referencias a su propia obra, y la de los artistas que lo influenciaron. Y en lugar de enmascarar su voz, como lo hiciera en Random, su obra más reciente (de la cual, increíblemente, ya pasaron siete años), la manda al frente, mostrando sus debilidades pero también su poder emotivo. Después de todo, ya Bob Dylan mostró lo que se puede hacer con una garganta destruida.

Sin duda, parte del mérito puede atribuirse a su nuevo técnico de grabación y mezcla, Matías Sznaider, un joven a quien los pergaminos del artista no parecen darle problema. García asume plenamente las riendas musicales del álbum, haciéndose cargo de la mayoría de los instrumentos (voces, bajo, guitarra, teclados) junto a un reducido grupo de colaboradores, músicos que han estado junto a él desde hace años: Fernando Samalea y el chileno Toño Silva en la batería, Fernando Kabusacki y Kiuge Hayashida en las guitarras, e Hilda Lizarazu y Rosario Ortega en los coros. El mismo criterio -pocos nombres, máximo impacto-, fue el adoptado con los invitados: David Lebón, Pedro Aznar, Fito Páez, y una aparición desde el más allá del gran Luis Alberto Spinetta.

García recurre a Serú Giran para ambientar el relato de “La lógica del escorpión” (o sea, Escorpio), con “20 trajes verdes”, que a su vez es un homenaje a Satie.

Y hablando de la fábula que titula el disco, quizás lo más importante no sea la picadura que el escorpión le asesta a la rana porque “es mi carácter”, sino que esa picadura significa su propia desaparición. Pero además, la mitad de los temas son nuevos originales, y válidas adiciones al canon García.

El artista pocas veces ha recurrido al blues (”Toma dos blues”, “Blues del levante”) pero en “El club de los 27” lo hace en óptima forma, contando con la guitarra mágica de Lebón, y una letra con citas a Patti Smith, Brian Jones, Kurt Cobain y Lennon, con la perplejidad ante un Dios que “creó el universo y también al Ku Klux Klan, muchos pobres, pocos ricos…”.

David también aporta su guitarra, esta vez rítmica, para la bellamente alegre “La Medicina N°9”, que comienza con una cita al “Rap de las hormigas” y culmina con más referencias a Lennon y el “Revolution 9”. “America”, con la participación de Aznar, podría ser el inicio de un nuevo proyecto Tango, presentando un atemorizante relato de una realidad distópica. Y “Estrellas al caer”, aún con su cita a la melodía de “Chipi chipi”.

 

Cada referencia, cada cita ha sido minuciosamente planificada, y tiene que ver con el concepto del disco. García ha dicho que su adolescencia es la fuente a la que vuelve una y otra vez para reciclar melodías y temas, y aquí está “Te recuerdo invierno”, que se remonta a su época anterior a Sui Generis. Luego pasa por Sui para rescatar “Juan Represión”, un tema prohibido de “Instituciones” con una letra de tremenda actualidad (“Juan Represión sabe, no hay nadie que lo ame/ Las balas que la gente tiene, lo asesinaron de pie”). Otra de sus características es darle nuevas oportunidades a ciertas canciones, y aquí reaparece “Rompela” en una versión notablemente mejorada y en castellano (estaba en inglés en Kill Gil, como “Break it up”), estableciendo un manifiesto típicamente García: “Rompé las tendencias, grita, agita, no seas como los demás”.

Elige versionar nuevamente (también de Kill Gil) el “Watching the Wheels” de su amado Lennon para exponer su posición frente al mundo (“Dicen que estoy loco, haga lo que haga/ Y me dan cantidad de consejos buenos para nada”). Y bueno, está Spinetta, inicialmente rescatado de un demo para su frustrado proyecto conjunto que circulaba en internet, cuya voz parece venir de otra dimensión en “La pelicana y el androide”. El dueto junto a la armonía de Charly eleva esta versión a una dimensión épica, diferente a la que Luis incluyera en Privé. Charly recurre nuevamente a los Byrds (por tercera vez en su carrera, después de “Me siento mucho mejor” y “No estaría mal”), para satirizar el negocio de la música en “Rock and roll star”, con la voz de Fito Páez.

La lógica del escorpión consigue uno de esos raros milagros en estos tiempos digitales de lapsos de atención reducidos. Que al terminar, uno quiera volver a disfrutarlo. Tal como ese lejano concierto en La Tortuga de Talcahuano en plenos tumultuosos y agitados años 80.

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