Cuando en enero de 2024 se anunció la llegada de Ricardo Gareca a la banca de la selección chilena, muchos hinchas respiramos con esperanza, esa que llevábamos buscando todos estos últimos años. Después de tanta incertidumbre, con técnicos que pasaban sin pena ni gloria, por fin teníamos un entrenador de renombre, con experiencia en Sudamérica y, lo más importante, con una identidad de juego clara. Pero hoy, tras once partidos oficiales, el proyecto pende de un hilo, no solo por razones deportivas, sino por la inoperancia dirigencial de la ANFP.
Desde el primer momento “El Tigre” dejó en claro su idea: respetar la esencia de los jugadores, apostar por el buen trato del balón, el “tiki taka” y, aunque no haya dado resultados inmediatos, sostener un proceso que, en teoría, estaba pensado a largo plazo. Sin embargo, en el fútbol chileno la paciencia es un lujo que nunca hemos sabido darnos. La ANFP quiso sacarlo, pero no pudo. No porque se creyera y se confiara en lo que vendría con el actual DT, sino porque no tenía los fondos suficientes para hacerlo.
Es vergonzoso. La federación chilena pretendía pagarle 1.3 millones de dólares a Gareca para rescindir su contrato e iniciar la enésima búsqueda de un técnico que, con cuatro partidos restantes y sin margen de error, tampoco nos llevará al Mundial. La pregunta es inevitable: ¿hay irresponsabilidad de la ANFP al querer gastar una suma millonaria en algo que no tiene solución? Más allá del mal rendimiento, cambiar de entrenador a estas alturas es simplemente patear el problema hacia adelante, sin aprender de los errores ya cometidos.
Porque lo hemos vivido antes. Desde que Juan Antonio Pizzi dejó la selección tras la debacle de 2017, Chile ha sido un cementerio de entrenadores. Reinaldo Rueda, Martín Lasarte, Eduardo Berizzo y ahora Gareca. Cuatro procesos interrumpidos, cuatro ideas distintas, tres eliminatorias en las que tropezamos con la misma piedra. La Roja se ha vuelto un equipo sin identidad, y no por falta de talento, sino por la incapacidad dirigencial de proyectar un plan realista a largo plazo.
Sumémosle a esto que ni los mejores técnicos que han pisado tierras chilenas han logrado revertir situaciones similares. Marcelo Bielsa, el gran arquitecto de nuestra generación dorada, en su primera eliminatoria sufrió tropiezos que pusieron en duda su continuidad. Jorge Sampaoli, quien nos llevó a sentir la gloria allá por el 2015 y nuestra primera Copa América, tampoco logró evitar el derrumbe camino a Rusia 2018. Pretender que alguien en este momento, haga magia con un equipo colista de las clasificatorias sudamericanas, es pura fantasía.
A todo esto, podemos sumarle la fragilidad financiera de la ANFP. La federación arrastra deudas millonarias, incluyendo un compromiso de 37 millones de dólares con Warner Media. En este contexto, destinar dinero a una nueva indemnización resulta absurdo. ¿No sería más sensato invertir en infraestructura, juveniles, en una reestructuración profunda que de verdad nos haga volver a competir?
Gareca se queda. Pero no porque haya una convicción en su proceso, sino porque la ANFP no pudo pagar su salida. Y eso, más que un voto de confianza es una muestra de improvisación. La Roja no sólo necesita un entrenador con un plan, también dirigentes que estén a la altura de la camiseta que dicen representar. Más allá de la continuidad del Tigre, la verdadera crisis de la Roja está en la cancha: un recambio que no llega, clubes dominados por representantes y una ANFP sin proyecto a largo plazo. ¿Cómo podemos esperar resultados si el fútbol chileno sigue atascado en la improvisación?
Por ahora, nos toca ver el desenlace de esta historia con la resignación del hincha que ya ha vivido demasiadas decepciones. Tal vez algún día el fútbol chileno entienda que los procesos no se construyen a golpe de billetera, sino con paciencia, planificación y sobre todo, seriedad.

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