Organilleros: un oficio que se niega a desaparecer Por Tebni Pino Saavedra
Con más de 30 años recorriendo las ciudades de la Región de Valparaíso con su organillo, el porteño Juan Loyola continua alegrando traunseúntes y vecinos, pero principalmente a los niños atraídos por un loro asiático de color amarillo que dócilmente se posa en los hombros para inmortalizar en una foto, ese momento único.
¿Siempre organillero? Le preguntamos.
«También organillero -nos responde- porque estuve 40 años con mi chinchín». Sin embargo con el transcurrir de los años y aunque no abandonó este, decidió continuar con el organillo y dejar la dualidad de funciones.
«Con los años, la verdad, se va perdiendo la agilidad y el cansancio es cada día más recurrente», por lo que decidió subir su loro al organillo y recorrer calles con lo que es su arte.
«El lorito -confiesa- lo tengo desde chico y por lo mismo, al haberlo adiestrado no se asusta con la gente y tampoco con el ruido de la ciudad».
Una tradición familiar que niega a perderse
El oficio, en todo caso, es una tradición familiar heredada de un tío y un primo «que han dedicado toda su vida a entretener a la gente con su música por lo que para mi, más que una fuente de recursos para vivir, es un incentivo pues con ello mantenemos una tradición que no puede morir.
Esto es parte de nuestra cultura», agrega, y tiene razón.
«Pasa lo mismo con los chinchineros, explica, pues aunque muchos crean que esto nació en Chile, no es así. Viene de Alemania pero nosotros le agregamos la coreografía, los pasos de baile, lo que lo hace un arte difícil de igualar».
Y es quizás esto último lo que hace su trabajo uno de sus mayores orgullos puesto que él y una decena de colegas participó en un encuentro internacional en México el pasado 2023.
¿Pero, se puede vivir solo del organillo?
«Por supuesto que si. Yo, por ejemplo, sólo trabajo en la calle de jueves a domingo y el resto de la semana lo utilizo para fabricar mis remolinos y las otras cosas que los niños nos piden».
Y, créase. A pesar de celulares, tablets y computadores, los niños, su público más fiel, todavía se entusiasman con la música y todo lo que Juan les ofrece en un par de minutos tocando su organillo y alegrando a quienes quiera que se detengan al frente suyo.