Política

La asociación de leones sordos pierde socios Por Víctor Maldonado R.

Víctor Maldonado R. Sociólogo

Licenciado en Sociología y Magíster en Ciencias Políticas, ambas de la Universidad de Chile.

La unión esta siendo posible porque se está dejando de hacerla un falso sinónimo de unanimidad. Se debate, se analizan las alternativas y se decide. Una vez que se resuelve, lo definido se acata. Si una minoría no lo hace, igual queda reducida a la minoría que es, en vez de imponer la parálisis colectiva.

La asociación de leones sordos pierde socios Por Víctor Maldonado R.

La centroizquierda ha intentado reincidir en sus defectos más pronunciados, pero no ha podido lograrlo. Se está encontrando una barrera que hace que las buenas prácticas empiecen a tener un espacio mayor.

Los partidos en campaña han tenido dos conatos de desorden.

El episodio de Diego Ibáñez, apoyando un candidato fuera del acuerdo en Concepción, y la discrepancia de Vodanovic con Carmona, en el caso del candidato por Copiapó.

Hasta hace poco, lo que hubiera pasado era haberle dado continuidad al error inicial, es decir, dar comienzo a las hostilidades entre socios, a raíz de un cuestionamiento de los acuerdos. En cambio, se puso el freno con rapidez.

En el parlamento, la ley corta de isapres tuvo un fuerte rechazo inicial porque, ciertamente, era un trago difícil de digerir. Hasta hace poco, la noticia del día siguiente habría sido el desorden de las bancadas. Ahora, no fue así.

¿Qué es lo que ha cambiado en ambos casos?

La reacción mayoritaria que se juega por la sensatez colectiva. Los amagos de desorden no tuvieron un eco inicial de justificación en las coaliciones y bancadas, por eso amainaron.

Hay que entender que lo que se discute no es el merito del comportamiento de los infractores, sino el hecho de que lo sean. Los candidatos pueden ser más o menos apropiados, pueden gustarnos o no, pero esa evaluación ya se hizo, se tomó una decisión y la palabra empeñada no es un adhesivo de pone y quita.

En el caso de la ley corta, quienes argumentaron su voto disidente no difirieron mucho de los que votaron a favor. A nadie le gustó, pero ese no es el punto. Sucede que el gobierno tenía que asegurar que no se produjera el colapso súbito del sistema de salud y una mayoría lo acompañó sosteniéndolo.

No deja de ser interesante que el argumento final de la minoría oficialista fue que “se cedió demasiado”, en ningún caso pudieron ofrecer una alternativa viable a lo que se estaba votando, cumplido ya los plazos hasta el extremo.

Lo que une a los conatos de desorden partidarios y parlamentarios es el deseo de quedar bien con Dios y con el diablo. Acompañar todo el proceso al gobierno o a la coalición la mayor parte del tiempo y quedar bien con su galería al momento de votar o de emitir opinión en el territorio.

En el fondo, no hay muchas alternativas: o se juega a favor del equipo o en su contra. La disciplina de conglomerado tiene sus costos porque se pueden cometer errores, pero equivocarse juntos es preferible a perder la unidad.

La unión esta siendo posible porque se está dejando de hacerla un falso sinónimo de unanimidad. Se debate, se analizan las alternativas y se decide. Una vez que se resuelve, lo definido se acata. Si una minoría no lo hace, igual queda reducida a la minoría que es, en vez de imponer la parálisis colectiva.

La diferencia entre ambos cursos de acción es notable, porque queda en evidencia que quienes ponen las mayores trabas en una negociación parecen muchos porque hablan mucho, pero su número es limitado. Es un espejismo.

Queda un segundo paso si se quiere ser un actor que vuelve a competir por el poder, no solo local, sino nacional: tomar las decisiones cuando es oportuno, no cuando ya no queda tiempo. Difícil, pero, si se logra, otro gallo cantará.

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